viernes, 27 de enero de 2017

Con la puerta abierta, nadie se va.

Conseguí amaestrar a mí pasado tras 500 noches apagando velas.

Me arranqué los tallos de las costillas y eran de margaritas.
Vomité mil mariposas mientras gritaba "vuelve."

Lloré mi huida 

mirándome al espejo 

para jamás olvidar cómo se veía nada

de aquello.
Canté canciones que hablaban de ir a buscarte 

y me enfundé sonrisas de escaparate 

para hacer creer al mundo que no me acordaba de ti
o de mí,
contigo.
Y un día, dejé de ahogarme.
Un día me miré en el espejo y acepté que el futuro
era el sendero
que me haría llegar
a mi destino.
Dejé en la mesa de la entrada las llaves de tu recuerdo.
Y empecé a memorizar los lunares de mi cuerpo.
A trazar mapas para jamás volver a perderme.
Dejé de buscarte
y me sequé el agua salada de las alas.
Porque te lo advertí,
no puedes intentar
convertir en sirena
a alguien que le da miedo el mar.
Porque de nada vale querer hacerte el dueño del sueño de alguien que prefiere no dormir.
Porque de nada vale construir nidos para quien no quiere dejar de volar.
Como dice la frase "con la puerta abierta, nadie se va."

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