A veces me encantaría dar marcha atrás al reloj, rebobinar el tiempo y llenar el vaso de agua.
Después recuerdo que la última gota me rompió en dos y empecé a pasarme la vida entre aguja hilo y corazón.
Me sangran las manos de no escribir, tengo la boca seca por qué no sé qué decir.
Me encerré en una jaula por miedo al olvido y la celda se convirtió en cuerda, costaba respirar: la conseguí cortar.
Estoy aprendiendo, estoy aprendiendo con mucha calma, paciencia y errores la diferencia entre el vivir y el soportar. Estoy entendiendo que las piernas están hechas para avanzar y que al destino no se puede llegar sin recorrer el camino aunque, a veces, tengamos que parar.
He escuchar de vuestros dedos la palabra vuelve decenas de veces y os juro que es el deseo que meto debajo de la almohada. Me martillea la canción del sí entre las costillas y estoy aquí. Miento si niego el miedo a las alturas y las expectativas que me rozan los dedos de los pies, me hacen cosquillas y os juro que estoy a punto de dejarme caer.
Con el miedo al olvido,
olvidé volar,
pero de mi boca salen ahora mariposas
y lo quiero volver a intentar.