miércoles, 7 de diciembre de 2016

Aún.

Hay cosas que, pese a que permanecen, cambian con el tiempo.
Aún sigo sentándome a leer en el mismo banco cojo de la estación de siempre, mientras me balanceo, pero ya no te espero.
Aún sigo parándome en todas las tiendas con libros en el escaparate, pero no me giro ilusionada a decirte "ese lo he leído."
Aún sigo yendo por las mismas calles aunque ya no signifiquen besarte.
Aún voy por los mismos caminos aunque ya no sea contigo.
Aún sigo sentándome a leer a Bécquer en María Luisa, pero ya no lo hago en voz alta.
Aún sigo escribiendo en pasado pero ninguno de mis futuros son contigo.
Sigo yendo a la cafetería de siempre a pedirme un capuchino de vainilla mientras escucho a Andrés entonar "te di vida y media." No me digas, sabías que todo esto pasaría porque tú parecías más el capitán que un simple pasajero que se sube a bordo. Me hablabas de tu sirena, de mares, de pena como si se te hubiese colado arena por todas las heridas y supieses más que nadie lo que es tocar fondo.
Te conocías las aguas como quien abre sendero entre ellas y creaste, desde los escombros, una historia que yo me creí entera.
Aún recuerdo el último beso y hoy entiendo que realmente para ti no significó nada. Que sin abrazos de despedidas no había pecho al que volver, que hace casi dos años que no se me pasa por la cabeza intentarlo otra vez.
Escúchame, aunque jamás vayas a leerme, porque para ti esto sólo es un puñado de frases corrientes y no sabes encontrar el caos entre punto y punto.
De todas las cosas que he dejado atrás aún sigo recordando la matrícula de tu coche, espero que eso signifique que te has ido lejos y que no vas a volver. Que la última vez, realmente fue la última.
Que no vas a venir a rogarme que lo intente, porque no me gusta como suenan los portazos en las habitaciones vacías.
Y no hablo de la mía.

La Chica de la Falda de Volantes.

Hace tiempo que la chica de la falda de volantes no viene a poner mi vida patas arriba.
A convertirse en huracán y conseguir que me pierda en su vuelo.
Hace tiempo que no me deshoja los cuadernos, que no me derrama el tintero.
Ella me falta y sólo sé escribir sobre que no logro hacerlo.
Trazo líneas por su cuerpo como si fuera un cuaderno de anotaciones de un viaje eterno.
Y me pierdo.
Me pierdo.
Me pierdo.
Para escribir necesito perderme y encontrarme, convertir a Ella en mi rosa de los vientos. Hacerla beso, prosa, regalarle rosas.

No me gusta el frío, me hace extrañar su calma disfrazada de tormenta en estación equinoccial.
Me gusta la lluvia, pero tras la ventana.
Verla caer de sus ojos me recuerda a un poema triste.

La chica de la falda de volantes tiene los ojos color primavera y el invierno le acecha.

Dispara

Tus brazos eran manecillas del reloj y la sístole y diástole me recordaba el tiempo que me quedaba para quedarme atrapada dentro de tu pecho.
No sé, llegaste levantando huracanes con el vuelo de tu pelo, recordando a un mar inquieto, y creando tormentas de arena con cada soplo de tu aliento.
Qué quieres que le haga si tu ombligo siempre me parecerá el sur más bonito y perderme en el mapa de tu cuerpo, siguiendo tus puntos cardinales, siempre será mi puto vicio.
Cómo quieres que no tropiece con la misma piedra, si la cambias de sitio, y me siento jugando a la gallinita ciega desde que dijiste "¿Quién soy?"
Que sí, que andando voy, que nunca he sido de detenerme, pero no me pidas que no mire hacia atrás para recordar por qué no estás.
No me malinterpretes, me alegro de que te hayas ido aunque fuera como soltar la única cuerda que me sostiene sobre el vacío.
Fuiste la única excepción que no cumplió la regla.
Y aprendí que caer es cambiar la mira y conseguir apuntar al mundo de otra perspectiva.
Pero recuerda, si te equivocas, también aciertas.