miércoles, 7 de diciembre de 2016

Aún.

Hay cosas que, pese a que permanecen, cambian con el tiempo.
Aún sigo sentándome a leer en el mismo banco cojo de la estación de siempre, mientras me balanceo, pero ya no te espero.
Aún sigo parándome en todas las tiendas con libros en el escaparate, pero no me giro ilusionada a decirte "ese lo he leído."
Aún sigo yendo por las mismas calles aunque ya no signifiquen besarte.
Aún voy por los mismos caminos aunque ya no sea contigo.
Aún sigo sentándome a leer a Bécquer en María Luisa, pero ya no lo hago en voz alta.
Aún sigo escribiendo en pasado pero ninguno de mis futuros son contigo.
Sigo yendo a la cafetería de siempre a pedirme un capuchino de vainilla mientras escucho a Andrés entonar "te di vida y media." No me digas, sabías que todo esto pasaría porque tú parecías más el capitán que un simple pasajero que se sube a bordo. Me hablabas de tu sirena, de mares, de pena como si se te hubiese colado arena por todas las heridas y supieses más que nadie lo que es tocar fondo.
Te conocías las aguas como quien abre sendero entre ellas y creaste, desde los escombros, una historia que yo me creí entera.
Aún recuerdo el último beso y hoy entiendo que realmente para ti no significó nada. Que sin abrazos de despedidas no había pecho al que volver, que hace casi dos años que no se me pasa por la cabeza intentarlo otra vez.
Escúchame, aunque jamás vayas a leerme, porque para ti esto sólo es un puñado de frases corrientes y no sabes encontrar el caos entre punto y punto.
De todas las cosas que he dejado atrás aún sigo recordando la matrícula de tu coche, espero que eso signifique que te has ido lejos y que no vas a volver. Que la última vez, realmente fue la última.
Que no vas a venir a rogarme que lo intente, porque no me gusta como suenan los portazos en las habitaciones vacías.
Y no hablo de la mía.

La Chica de la Falda de Volantes.

Hace tiempo que la chica de la falda de volantes no viene a poner mi vida patas arriba.
A convertirse en huracán y conseguir que me pierda en su vuelo.
Hace tiempo que no me deshoja los cuadernos, que no me derrama el tintero.
Ella me falta y sólo sé escribir sobre que no logro hacerlo.
Trazo líneas por su cuerpo como si fuera un cuaderno de anotaciones de un viaje eterno.
Y me pierdo.
Me pierdo.
Me pierdo.
Para escribir necesito perderme y encontrarme, convertir a Ella en mi rosa de los vientos. Hacerla beso, prosa, regalarle rosas.

No me gusta el frío, me hace extrañar su calma disfrazada de tormenta en estación equinoccial.
Me gusta la lluvia, pero tras la ventana.
Verla caer de sus ojos me recuerda a un poema triste.

La chica de la falda de volantes tiene los ojos color primavera y el invierno le acecha.

Dispara

Tus brazos eran manecillas del reloj y la sístole y diástole me recordaba el tiempo que me quedaba para quedarme atrapada dentro de tu pecho.
No sé, llegaste levantando huracanes con el vuelo de tu pelo, recordando a un mar inquieto, y creando tormentas de arena con cada soplo de tu aliento.
Qué quieres que le haga si tu ombligo siempre me parecerá el sur más bonito y perderme en el mapa de tu cuerpo, siguiendo tus puntos cardinales, siempre será mi puto vicio.
Cómo quieres que no tropiece con la misma piedra, si la cambias de sitio, y me siento jugando a la gallinita ciega desde que dijiste "¿Quién soy?"
Que sí, que andando voy, que nunca he sido de detenerme, pero no me pidas que no mire hacia atrás para recordar por qué no estás.
No me malinterpretes, me alegro de que te hayas ido aunque fuera como soltar la única cuerda que me sostiene sobre el vacío.
Fuiste la única excepción que no cumplió la regla.
Y aprendí que caer es cambiar la mira y conseguir apuntar al mundo de otra perspectiva.
Pero recuerda, si te equivocas, también aciertas.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Otoño... Otoño...

Un paseo por aquel parque.
Tú queriendo conquistarme.
Yo sin ser de nadie.
Dispuesta a arriesgarme.

Las mañanas de primavera.
Las tardes de verano.
Las noches de invierno.
El otoño... El otoño... Las flores que vimos.
Los momentos que vivimos.
Las cosas que hicimos.
Las palabras que dijimos.
Las mañanas de primavera.
Las tardes de verano.
Las noches de invierno.
El otoño... El otoño... La ausencia que mata.
La mirada que delata.
La voz que no calla.
El puñal en mi garganta.

Unos ojos tristes.
Los besos que no me diste.
Las veces que me metiste.
Las sonrisas que fingiste.

Las flores que no vimos.
Los momentos que no vivimos.
Las cosas que no hicimos.
Las palabras que no dijimos.
Las hojas que se cayeron.
Los libros que se vaciaron.
El agua que calló del cielo.
Las calles que se inundaron.
El otoño... El otoño... "Noviembre se escapa al verte." #RoxDelgado

Quise.

Quise leerte Baluarte tumbada en tu pecho.
Quise saber como suenan mis versos en tu boca.
Quise escuchar las cuerdas de tu guitarra rasgando mis costillas, para que saliera la magia y nos inundara la poesía.
Quise hacer de los cuadernos nuestro refugio, escondernos entre metáforas, no tener claro donde empieza tu verso y termina el mío.
Quise pasear contigo entre puntos y comas. Y sumar. Y sumar. Y sumar.
Quise sentir que nuestras rimas sonaran como un tic tac que nunca acaba.
Quise dejar de ser la del corazón coraza.
Quise que me desnudaras como la primavera a los cerezos.
Que me leyeras a Pablo pero jamás escribieras tristes los versos.
Quise que nos sobraran los motivos: para querernos, para abrazarnos... para recitarnos, en braille.
Quise que me quisieras palpitante y jamás pedí a Salinas besarte más lejos.

Hoy veo el pasado pasar y lo entiendo: fue otro sueño...

viernes, 14 de octubre de 2016

Dejamos de hablar a versos
para callarnos a besos
porque descubrimos
que, en silencio,
nos iba mejor.

Así terminamos,
confundiendo pasión con amor,
como quien camina sobre el suelo
con los pies sobre el cielo,
aferrándose a la mentira
de que en el infierno
hay demonios buenos.

Porque convertimos en averno
cada colchón que sintió nuestro peso
y ambos sabemos
que de allí siempre salíamos
llenos de arrepentimiento.

Así nos olvidamos,
porque preferimos no recordarnos,
soltarnos las manos
y aplanar el camino de obstáculos.

Lo que te intento decir,
amor del pasado,
es que ya saciamos nuestra sed
y que, como dice el refrán,
"agua que no has de beber,
déjala correr."

domingo, 2 de octubre de 2016

Despedida.

Hoy para mí es un gran día...
Y quiero contaros algo.
Algo que necesito que escuchéis de mis labios y no de otras orillas. Algo que desemboque sólo desde el filo de mis manos. 
Hoy me toca decir adiós, pronunciar un adiós que está clavado en el lado izquierdo de pecho el cual, como bien sabéis, es el que más duele del cuerpo.
Necesito decir adiós porque siento que sino no podré volver a decir hola. Necesito irme para poder regresar. 
Y eso es lo que he hecho durante todo este tiempo que ya ha quedado atrás. 
Necesitaba valor para decir esto.
Necesitaba aprender a despedirme, porque no quiero ningún final triste.
Así que me lleno la boca con las letras de Sabina para decir que "este adiós no maquilla un hasta luego" sino que es un adiós con punto y final. Que esto no es una vuelta de hoja, es un cambio de cuaderno, un volver a empezar.
Hoy es el día de mi despedida. 
He decidido no seguir en esta sala de espera porque el corazón desespera de tanto haber esperado y que haya sido en vano. 
Hoy me he sacado a bailar frente al espejo, me he revuelto el pelo y he sonreído tanto que hasta mis latidos han parecido carcajadas en medio del salón. 
Hoy he decidido empezar a querer por mí, a dejar por mí, a arriesgar por mí, a continuar por mí, a pararme por mí, a cantar por mí, a escribir por mí, a ser por mí. 
Hoy he añadido mitades a las cosas que dejé a medias. Y he descosido las piezas que no consiguieron encajar. He tardado tanto porque necesitaba conseguir salvarme del naufragio después de haberme ahogado, poder salir del pozo después de haber tocado fondo, lograr tocar el cielo después de volar, caer, saltar, caer y volver a volar.
Necesitaba encontrar la manera exacta para salir de esta, poder escribir el destinatario y remitente en la carta de la palabra sobrevivir.
Me di cuenta de que mi verdadera naturaleza estaba refugiada entre el polvo del pasado. Así que busqué entre las ruinas, me camuflé entre el fuego y hoy, como un fénix, resurjo de las cenizas para emprender un nuevo vuelo. 

Estoy dispuesta a quererme hasta vivir en el intento.


domingo, 18 de septiembre de 2016

Casi siempre, cuando dan las 4 de la mañana y aún no he conseguido conciliar el sueño, me acuerdo de su pelo. Y sueño que lo vuelvo a acariciar durante mil noches más.
A veces, le doy la espalda a la vida y la muy zorra me da una puñalada trapera que no duele pero desespera y me recuerda todo lo que pudo haber sido y por mi culpa no fue.
A veces me arrimo las velas a las costillas, para intentar derretir un pecho que no late y conseguir navegar lejos de todo este desastre.
Cuando recuerdo el movimiento de sus labios mientras me llamaba "chica huracán", se me abren los brazos a modo de alas y quiero ir a buscarle. Intento tentar a la suerte, pero siempre me dice que él no quiere verme.
Su voz estalla en mi mente, me llama ruina y yo me reconstruyo.
Me hago eterna durante un segundo.
El tiempo es infinito pero mi vida es un suspiro. Y, aunque lo niegue, sigo esperando una perdida que venga con un mensaje que diga "nos vemos donde siempre, valiente." Echo el ancla a la frase "el olvido es para los cobardes que no conocen el placer de un recuerdo."
Entonces me libero, alzo el vuelo y me voy lejos.

Hay veces que me desespero, que no sé hacia dónde huir.
Veces en las que el paraíso, ni siquiera es paraíso, y todo es como un reflejo borroso de cualquier infierno.
Hay veces que camino menos de lo que freno y que, al final, sólo doy pasos hacia atrás y jamás logro avanzar.
Dicen que es bueno coger impulso para dar el salto, pero siento que me quedo flotando y nunca me gustó no tener los pies sobre la tierra.
Ya no me da miedo volar si no voy sujeta a la mano de alguien, pero me sigue dando más miedo el despegue que el aterrizaje. Y así voy.
Dando pasos hacia atrás en un intento de coger carrera pero siempre quedándose en eso, en intento. En palabras vacías que jamás terminan la frase. En cosas a medias. En medias cosas.
Hace tiempo alguien me llamó cobarde, me dijo que tenía que dejar de temer arriesgarme. Y yo siempre respondo que lo que más miedo me daba, por aquel entonces, es que alguien decidiese arriesgar conmigo.
Porque yo no temo al golpe, ni a la ruina, ni al desastre. Porque exijo una vida llena de caídas, de heridas.
Pero no me gustan las expectativas.
No me gustan que esperen algo de mí, porque jamás van a ver la realidad que ven mis ojos, y jamás van a comprender las escenas que suceden en mi cabeza.
Sólo quiero, que me den la mano, aquellos a los que yo ya le he tendido el brazo.
Hay veces que me desespero, que no sé hacia dónde huir, que no hay escaleras hacia el cielo y que no creo en mi porvenir. Hay veces, que no lloro pero casi, que grito de rabia estando en silencio, que todo es un tormento.
Hay veces que me escapo, me pierdo, y me encuentro.

Amar(nos) nos hace fuertes.

Muchas veces nos han vendido que el amor nos hace débiles, que el amor es el mayor talón de Aquiles del ser humano.
Cuando en realidad amar es aprender tanto como puedas de la persona que camina junto a ti y saber que, además de la tuya, también puedes contar con su fortaleza. Que será tu baluarte en cualquier guerra.
Amar es compartir, sentir, respetar, dar, recibir, soñar, viajar...
Amar es algo que se escapa de nuestras manos pero que nos da alas.
El amor verdadero es aquel que nos hace libres, que nos ayuda a volar por el cielo sin despegar los pies del suelo.
Muchos dicen que el amor nunca es eterno, yo siempre digo que sí que lo es, porque siempre quedan vivos los recuerdos.
Cierto es que puede un día, al despertar, la cama esté vacía y las sábanas frías. Quizá sientas que ya esa persona no camina por el mismo camino que el tuyo.
Pero lo bonito y jodido del amor es que por mucho tiempo que pase, por mucho daño, o por mucha felicidad que haya adornado tu estancia en la vida de alguien, jamás te van a olvidar y tú tampoco lo harás.
Porque el amor es como la poesía, mejor dicho, el amor es poesía, y nos hace inmortales.
No tengas miedo a arriesgarte.

"El día que pierda la sonrisa, será el día en el que realmente esté perdida."
Eso lo aprendí después de que volvieras y me dijeras que me habías encontrado siguiendo el sonido de mi risa, que fue tu camino de baldosas, el efecto mariposa que cambió tu vida.
Y yo no era más que otra persona de hojalata en busca de su corazón.
Soñé una y otra vez que todo fue porque un pájaro se lo llevó y yo no paraba de hacer paradas en pechos ajenos buscando el nido de aquel estúpido ser volador.
Me abandonaste lleno de motivos y yo nunca pude quitarte la razón del lado izquierdo, me llevé parte de tu sueño, también nadé por mares en los que otras de tus hipócritas sirenas habían nadado. No estuve a la altura y entiendo que jamás me dejaras remediarlo.
No dejé de sonreír, preferí seguir riendo y escribiendo, haciéndote inmortal para que consiguieras vencer a tu peor enemigo: el tiempo.
Que sí, que lo entiendo, que cada folio menos es un kilómetro más, que la distancia real comenzó con un beso.
Que agradezco que las segundas oportunidades no estuvieran en tu lista de la compra, que no me la merezco, que en el fondo sé que estaba de paso, que estábamos destinados al fracaso...
Pero no me pidas que no te escriba, que no rellene cuadernos sobre lo que pudo haber sido y yo no quise que fuera, sobre mi cobardía, mi manía de andar sobre mis pasos, de tomar atajos...
No me pidas que olvide un amor tan épico, porque no puedo. Porque te has vuelto tan eterno como Roma y todos mis caminos terminan en tu boca.

Déjame.

Déjame ser corriente.
Déjame llevarte
a un mundo aparte
donde no puedan encontrarte.
Me da igual que sean segundos, minutos, meses o años.
Pero déjame hacerlo,
coge mi mano.
Déjame decirte todo lo que mi pecho no consigue.
Déjame llevarte,
arrastrarte.
Prometo no lastimarte,
no dejar que nada te pase.
Convertirte en pájaro,
nunca atarte.
Dame una oportunidad,
déjame amarte
aunque sólo sea un instante.
Acepta mi lírica simple,
mi ruido por dentro,
todos mis versos.
Déjame llevarte,
que no sé rimar de otra forma
sino son tus besos
los que adelantan el minutero.
Déjame hacerlo,
déjame acompañarte
hasta el final del poema:
Ese que desemboca
con mis labios en tu boca
y no en otra.

miércoles, 3 de agosto de 2016

El camino es tuyo.

A lo mejor sólo se trata de eso, de caminar descalza, de no tenerle pánico al miedo, de no llevar siempre la coraza a cuestas y saber cuándo descansar.
A lo mejor sólo se trata de sentir el suelo donde pisas, de no tener tanta prisa por llegar a donde quieras llegar, de aprender que, durante el viaje, hay otros paisajes que tu vida pueden cambiar.
A lo mejor sólo se trata de asumir que las rosas, por muy hermosas, también son peligrosas, pues con las espinas te puedes pinchar, que también te hacen sangrar.
A lo mejor sólo se trata de aprende lecciones, de sólo volver a cometer los errores de los que el conocimiento suficiente no hayas podido sacar.
Decía Shakespeare que debemos cultivar nuestro propio jardín y decorar nuestra alma, en vez de esperar que alguien nos mande flores. Que la vida realmente vale la pena cuando tienes el valor de enfrentarla.
Y digo yo:
¿Quién quiere seguir una ley universal de supervivencia? ¿Quién quiere atarse a normas de tráfico en este sendero de viviendas?
¿Quién dijo que el camino era solo de vuelta?
¿Quién dijo que no se puede retroceder y tomar otra dirección, otro viento a favor?
A veces se avanza mucho más yendo hacia atrás, porque necesitamos coger impulso.
Es mejor dar la vuelta, explorar, observar, si no sabemos cómo continuar.
El camino es tuyo, ¿cómo, cuándo y cuánto quieres andar? 

"Caminante no hay camino, se hace camino al andar."

lunes, 1 de agosto de 2016

Casi siempre, cuando dan las 4 de la mañana y aún no he conseguido conciliar el sueño, me acuerdo de su pelo. Y sueño que lo vuelvo a acariciar durante mil noches más.
A veces, le doy la espalda a la vida y la muy zorra me da una puñalada trapera que no duele pero desespera y me recuerda todo lo que pudo haber sido y por mi culpa no fue.
A veces me arrimo las velas a las costillas, para intentar derretir un pecho que no late y conseguir navegar lejos de todo este desastre.
Cuando recuerdo el movimiento de sus labios mientras me llamaba "chica huracán", se me abren los brazos a modo de alas y quiero ir a buscarle. Intento tentar a la suerte, pero siempre me dice que él no quiere verme.
Su voz estalla en mi mente, me llama ruina y yo me reconstruyo.
Me hago eterna durante un segundo.
El tiempo es infinito pero mi vida es un suspiro.
Y, aunque lo niegue, sigo esperando una perdida que venga con un mensaje que diga "nos vemos donde siempre, valiente."
Echo el ancla a la frase "el olvido es para los cobardes que no conocen el placer de un recuerdo."
Entonces me libero, alzo el vuelo y me voy lejos.

A veces, vivo.

A veces escribo por inercia, sin tener nada que decir.
Otras veces escribo por miedo a un silencio que jamás llega pero que parece estar por venir.
Escribo por temor a que reine otro ruido que no sea el de mi cabeza.
Escribo porque me he dado cuenta de que es la única forma de despertar a un corazón dormido y de tranquilizarle cuando está dolorido.
Escribo porque necesito desangrarme para poder recuperarme, porque leerme es una terapia de choque que me lleva hasta el filo del más temido precipicio: una realidad que no se ha ido. 
A veces escribo porque es la única forma de salvarme del naufragio en el mar de dudas. Porque es borrar la sensación de quedarme con la miel en los labios y la hiel en las manos.
Porque es como poner las cartas sobre la libreta sin dejar de guardarme una bajo la manga.
A veces escribo.
Otras, simplemente, sobrevivo.
Espero que entendáis lo que digo.

miércoles, 20 de julio de 2016

El día en el que crecí.

Yo me enteré un día de que había crecido. No me enteré poco a poco, fue de pronto, como encontrarse una cascada de agua helada en mitad de la calle, fue como un golpe congelado en mi rostro. Así lo supe, ahí me enteré de que ya no era una niña y de que todo había cambiado. 
No fue un martes, ni un domingo, creo que sería demasiado obvio si hubiera sido un lunes, creo que fue un miércoles cuando me di cuenta de que el reloj había acelerado sus latidos y de que yo había crecido. Supe entonces que no podría retroceder sobre mis pasos, que nunca volvería a vivir nada de aquello, que sólo podría revivirlo mirando al fondo del pozo de los recuerdos. 
El día en el que crecí, no fue cuando di mi primer beso, no tiene nada que ver con ninguno de los "Feliz Cumpleaños" que había soplado, tampoco fue la primera vez que hice daño, o cuando me clavaron el puñal en el pecho. 
No tuvo nada que ver con eso.
El día en el que crecí, no fue cuando entré en la Universidad, ni cuando me fui a vivir sola, ni en mi primer viaje, no sé si fue antes o después de nada de esto, pero ahí no fue. Tampoco fue cuando le conocí o cuando le dejé ir. Tampoco cuando regresó ni cuando me volvió a decir adiós.
El día en el que crecí no tuvo que ver con nada de eso.
El día en el que crecí, fue como tropezar, caer al suelo, y al levantarme ver que todo había cambiado, que el paisaje era totalmente nuevo. 
Fue de pronto, tan rápido como un parpadeo, ninguno de los sitios que durante tanto años había visitado, donde hace tiempo había jugado, reído, bailado, soñado, eran los mismos.
Nada se había movido de su posición, pero todo parecía desordenado, el asfalto seguía siendo el mismo, los bancos seguían igual de rotos, los mismos árboles eran lo que frenaban el paso al sol, las pintadas de antaño asomaban tras capas de pintura sobre las paredes que me rodeaban. Pero todo se veía diferente, olía diferente, traía sabores diferentes, el viento no parecía acariciar de la misma forma y entonces lo supe: yo ya no era yo, sino otra. 
Entendí que todo había quedado sepultado en aquellas cajas de cartón en la que guardo los dibujos, las cartas, las entradas de cine, los diarios, tantos textos. Entendí que esa etapa había pasado, y que no podía decir cuánto había durado. 
El día en el que crecí no fue otro que el día en el que miré a mi alrededor y me di cuenta de que ya no había ningún lugar que pudiera bautizar como refugio, que nada era mío y que menos aún era un mío compartido de los que se terminan transformando en un nuestro.
El día en el que crecí fue el día en el que crucé la ciudad, de punta a punta, haciendo parada en todos los lugares en los que había reído hasta que me dolía la tripa,  en los que había llorado hasta ser más papel mojado que persona, en los que me había deshecho y formado como si fuera un puzzle. Por todos los sitios en los que había creído vivir, aunque fuera un instante. 
El día en el que crecí fue el día en el que comencé a sentir que mi estancia era un tren de paso por todos las estaciones en las que echaba el freno. 
El día en el que crecí fue el mismo día en el que entendí que no toda mi soledad era elegida.
Ese fue el día. 

sábado, 9 de julio de 2016

La noche...

La noche es el refugio para los oscuros corazones que ya no saben hacia dónde marchar.
Me escondo tras el filo de una espada manchada de sangre y escalo por los cadáveres de aquellos recuerdos que pudieron no serlo pero siempre lo serán.
No se callan las sirenas de amenaza conocida y a mí se me va la vida en cada suspiro que doy cuando te veo pasar.
Aquí no hay quien duerma y sueño que tu cadera me vuelve a pedir la guerra que ya no te puedo dar. Permanezco en la trinchera tan solitaria que ahora es mi cama y me da por pensar.
Conseguiste sincronía entre tu respiración y la mía y ahora siempre sé dónde estás.
Ahora no existe la opción de cruzar esa puerta y no mirar atrás porque sé que siempre esperaré, por si nos volvemos a ver.
Me volverás a encontrar leyendo en el mismo banco de siempre y entonces te vería y subiría cuantas escaleras fueran necesarias para llegar al cielo de tu boca, e inclinarme en las aristas de las ventanas de tus ojos.
Volverías a ser mi monumento, mi edificio favorito del que dejarme caer. Volvería a pasar allí el invierno, a ver cualquier atardecer.
Me dejaría la piel viendo una y otra vez el pestañeo de tus labios, evocando un saludo capaz de deshacer todos mis nudos.
Sé que entonces volvería a sentirme libre, que no tendría ningún dolor ni carga azotando mi pecho.
Que cortarías mis cadenas, que podría volver a alzar el vuelo.
Que me querrías libre y sería pájaro.
Sé que sólo bastaría un leve soplo de tu aliento para dejarme llevar por el canto de una brisa que no sabe a despedida. Sé que con eso bastaría.
Pero, por favor, no vuelvas.
No vuelvas porque si te vas tendré que volver a construir una montaña sin vida con lo que pudo ser y no fue.
Y te juro que no has vuelto, pero que ya sé que no estoy preparada para perderte otra vez.

lunes, 20 de junio de 2016

La muerte de la Primavera.

Hoy el Invierno se muere de celos, porque la Primavera le ha quitado el puesto en la tasa de tristeza.
Y es que el hecho de que las estaciones equinocciales sean las que más precipitaciones traen, no significa que solo hablemos de la lluvia que cae del cielo.


Hoy empieza para mí un nuevo año y sé que no me voy a levantar ni con el pie izquierdo ni con el derecho, sino que me voy a caer de la cama y darme de bruces contra el suelo.
Hoy hace frío a más de 40 grados y por eso tiemblo.
Hoy no habrá canciones de bienvenida que relaten el dolor que produciría una hipotética ausencia. Hoy lo que habrá es eso, ausencia. Una ausencia real que se puede hasta palpar con la yema de los dedos.
Hoy las únicas velas que serán encendidas, son las que implican noches de insomnio. Y tampoco navegaré con ellas hacia otras costas, porque no hay barco en este naufragio, solo un cuerpo que flota a la deriva y no encuentra orilla.
Este año empezamos con flores muertas que susurran cerca de la mejilla, sin ningún amago de contar lunares allá por donde acarician. Porque no, hoy tampoco habrá caricias.
Hoy no hay llamadas sorpresas sin previos gritos de socorro.
Tampoco hay besos, tan poco hay te quieros, tampoco hay abrazos.
Este año he vuelto a nacer pero esta vez en brazos de una madre llamada Soledad, que nada tiene que ver con el primer día que vine al mundo.
Hoy he escrito con tinta invisible, y caía de mis ojos.
Hoy resalta la melancolía que provoca sólo ver la sombra de  aquel que realmente quieres cantándote una canción de cuna al oído.
Hoy resalta la nostalgia de tiempos mejores de los que ahora dudas poder repetir.
Hoy resalta la desaparición de cualquier celebración.
Hoy no hay apelativos cariñosos.
Hoy solo quedan los restos de una tarta que lleva grabado la palabra felicidad en mayúscula y de la que yo no he pegado bocado.
Hoy se muere la Primavera y, en lugar de nacer, yo me muero con ella.

domingo, 19 de junio de 2016

Por favor, quédate.

Hemos sepultado cientos de veces un ¨quédate" que duele detrás de unos labios que solo quieren morir en otra boca. 
Lo hemos hecho porque tenemos un miedo atroz a que nos digan "no" pese a que si no lo pedimos la respuesta sigue siendo la misma, pero tenemos la estúpida manía de preferir quedarnos con la duda, ahogarnos con ese "que hubiera pasado si..." que nos atraviesa la garganta de lado a lado. 
Nos hemos atado las manos con cuerdas hechas de palabras silenciadas, cuando lo que queríamos era darle marcha atrás a esas manecillas que cada vez parecen tener más prisa. 
Hemos armado mil soldados para luchar en la batalla que se libra en nuestro pecho cada vez que Cupido llama a la puerta, le hemos querido poner etiquetas a cada sentimiento, hemos sonreído al pasar las páginas del calendario...
Pero no somos capaces de decir "por favor, quédate."
No somos capaces de mostrar esa pequeña querencia, catalogada de debilidad.
No somos capaces, así que preferimos renunciar a la felicidad de esos "5 minutos más" que parecen nunca querer acabar. 


Ahora, yo debería rectificar, y decir "vuelve" porque es demasiado tarde para pedir que te quedes, para pedirte que estés a mi lado un rato más... toda la vida, quizá. 

Me duele el ser humano.

Hoy me duele el ser humano y lloro.
Me duele el ser humano porque no hay nada más atroz que querer matar lo que tanta vida da: amar. 
Me duele el ser humano porque no soy capaz de llamar persona a quien se atreve a disparar contra la libertad. 
Me duele el ser humano porque se cree con derecho a encerrar los sentimientos en jaulas de cristal,  a condenar las voces que liderarán las mejores revoluciones, las que llevan LA VOZ por bandera. 
Me duele el ser humano porque no entiende que el amor no sigue leyes, que el amor no tiene límites, pero que el límite del mundo es aquel en el que el amor no existe. 
Me duele el ser humano porque cree que tiene la estúpida autoridad de decidir a quién hay que amar. 
Atentan contra la intimidad de quien deja de lado el miedo implantado por esta despiadada sociedad, que nada y digo nada entiende de lo bonito que suena un pecho junto a otro pecho, que nada entiende del amor verdadero.
Me duele el ser humano porque es cruel y no basta con suplicar "para." 
Me duele el ser humano pero más os debería doler a vosotros,  todos aquellos que habéis venido a enfermar este mundo, a romper el instinto que la madre naturaleza nos da. 
Porque deberíais entender que aquí el problema lo tenéis vosotros, que los enfermizos sois vosotros, que los atados de pies y manos sois vosotros, que los infieles a la vida sois vosotros. 
El resto, los que sabemos que en el amor no importa la sexualidad, la economía, la raza, el genéro...todos esos, vemos en color. 
Pero vosotros, vivís en blanco y negro y os aseguro que no sabéis la belleza que os estáis perdiendo. 

miércoles, 8 de junio de 2016

Alguien como tú.

Te escribo con café entre las manos para decirte que echo de menos a alguien como tú. 
Alguien que me llame cuando esté en la calle para decir "me acordé de ti" y hacerme sonreír, 
Alguien que tenga la sinceridad por bandera y sólo diga cosas que sean verdaderas, que no mienta. 
Alguien que escriba poemas antes de irse a la cama porque sea su única manera de poder dormir.
Alguien a quien le guste la cerveza pero no la beba si después me va a besar a mí.
Alguien que le gane la guerra al sueño y hablemos hasta las 5 que es la hora del "nos tenemos que ir
Alguien que no me despierte con un beso, sino que prefiera verme dormir.
Alguien con quien convertir en costumbre hablar en las noches de luna llena. 
Alguien por el que los latidos parezcan convertidos en multiplicaciones de muchos dígitos. 
Alguien que a contraluz sea una obra de arte, y a oscuras brille con luz propia.
Alguien con la espalda llena de lunares, para pasar gran parte de la noche creando constelaciones.
Alguien que sólo me lea lo que escribe cuando sienta que se le va a salir del pecho.
Alguien que no me diga te quiero a no ser que le esté desgarrando por dentro.
Alguien que no hable si no tiene nada que decir, que comprenda que el silencio también puede ser igual de bello.
Alguien que me haga entender que la soledad también puede compartirse.
Alguien que sea energía y no motivo. 
Alguien que agarre pero que no asfixie. 
Alguien que me escriba cartas cada vez que quiera, con su letra. 
Alguien para que la vida nos sepa a poco porque no sea suficiente para vivir. 
Alguien que no se conforme, que no diga siempre sí, que entienda que el no puede ser el principio de grandes cosas, que se rebele ante mis directrices para hacerme pensar si son las correctas. 
Alguien así,
Que sea conmigo, pero no por mí.
Que esté conmigo, pero no porque si. 
Esta noche te escribo con una taza de café entre las manos, para decirte que echo de menos a alguien como tú porque no tengo cojones de decir que a quien extraño es a ti. 

martes, 7 de junio de 2016

Hoy me pregunto por qué. 
Estúpida y sabia pregunta que tantas velas nos ha hecho aguantar entre las manos durante una noche de insomnio. 
¿Por qué seguimos esperando ese mensaje?
¿Por qué tememos molestarle?
¿Por qué queremos seguir hablando con alguien que nos provoca miedo?
¿Por qué seguimos hablando si no nos sentimos cómodos? ¿Por educación? ¿No es acaso mentir algo deshonroso? 
¿Por qué mantenemos conversaciones banales que no llevan a ninguna parte? 
¿Por qué perdemos el tiempo que es lo único que no recuperaremos? 
¿Por qué nos callamos tantas veces lo que pensamos? 
¿Por qué tenemos miedo a ofender a alguien que nos está ofendiendo?
¿Por qué nos puede importar tanto alguien que nos hace daño?

¿Por qué malgastamos el tiempo en cosas que nos hacen sentir "como si..." si afuera hay mil que pueden ser y no solo parecer?
¿Por qué hacemos lo que hacemos si no es lo que queremos hacer?
¿Por qué no lo pensamos lo suficiente?
El tiempo es oro y estamos malgastando la única moneda que, si queremos, no nos pueden robar. 
Nunca he dejado de creer en nosotros.
En ese que pudo ser y no fue.
En ese que fue pero ya no es.
En ese ha sido que nunca más será.
Sigo creyendo en ese pronombre que me hacía sonreír con cada nuevo amanecer, como si el miedo no fuera suficiente para anclar mis pies. Como si nada pudiese parar este palpitar que me hacía avanzar, retumbar, soñar. 
Sigo creyendo en los kilómetros que me hacían estar cerca de ti. 
Sigo creyendo en todo lo que fui, en todo lo que fuiste, y en todos lo que ya no somos.
Pero a quién quiero engañar, para qué voy a mentir, las cosas son así, y comprendí que yo no podría hacerte feliz y que, sin ti, respiraba mejor. 

Una noche más.

A veces busco la manera de poder contarle a alguien qué eras, por eso escribo, aunque no encuentre nunca las palabras ni las pruebas suficientes para conseguir explicarte y descifrarte.. 
Sólo me queda un poco de restos de tu saliva en mis heridas y un puñado de ruinas. 
Eras el chico que se refugiaba detrás de unas gafas de sol, viendo la vida pasar, entre sorbos cortos de cerveza. 
Eras el chico que bailaba al compás de un continuo tic tac porque decías que el tiempo era tu moneda de cambio y que no corrían buenos tiempos para malgastarlo. 
puedo contar con los dedos de las manos las veces que te tuve entre ellas y, sin aún así, me diste motivos suficientes para sonreír durante 4 vidas más, que son las que me quedan desde que no estás.
Tenías la cara coloreadas de pecas y por eso yo acostumbraba a llamarte obra de arte. Porque la poesía se escondía en todos los puntos y seguidos de tu espalda, que parecía un campo de batalla. 
Yo no podía dejar de leerte en braille y recitarte, porque siempre he dicho que la belleza está para ser compartida. 
Tenías una puerta de emergencia entre los labios y por eso yo siempre acudía a ti en caso de desastre, como niña perdida, para que me cosieras las heridas con tus dientes, me besaras el vientre y me aseguraras estar viva, aunque fuera "una noche más."

lunes, 30 de mayo de 2016

Me da miedo.

Me da miedo la permanencia. 
Pero me da miedo la permanencia porque le tengo un pánico atroz a ese "para siempre" que es por obligación. 
Gente que se baña la boca hablando en futuro, mientras tienen a su lado, a alguien atado de pies y manos. 
Gente que no comprende que amar es volar, convertir a alguien en hogar pero nunca en cárcel. 
Ser pájaro sin jaula. 
Y cuando creas que alguien te quiere cortar las alas, salir huyendo por patas. 
Me da miedo la dependencia. Pero no esa dependencia que muchos piensan de "si se va, sentiré dolor", cómo no quieres sentirlo, si tu corazón al suelo han tirado, ahora que estabas con los pies lejos de la tierra: volando.
Cómo no quieres que te duela esa caída, si es volver a deshacer un puzzle que tanto logró montar. Superar y volver a montar. 
Me da miedo la dependencia que otro pecho tenga hacia mí, me da miedo ese sentimiento de "sin ti me voy a morir", me da miedo que no entiendan que siempre hay que seguir, que el amor es frecuencia, y una frecuencia tediosa es más monotonía que otra cosa. 
Me da miedo la rutina. Pero no esa rutina del beso de nuevas noches, de las palabras claves, de las mismas frases, de la película de siempre y el café de después. 
Me da miedo la rutina, esa rutina que oxida, que aniquila toda ganas de innovar, esa rutina que mata y que sin duda te hace matar. Esa rutina tan rutinaria de la que no puedes escapar y que, al final, tarde o temprano, quieres dejar atrás.
Me dan miedo tantas cosas, que a veces no sé por dónde empezar. 
Pero me gustan algunos miedos, porque te impulsan a caminar. 
Me gusta actuar con ese "tengo miedo" que mis piernas hace temblar. 
Porque así comprendo que los miedos se pueden superar. 
Y que pocas cosas ayudan tanto como el miedo a no avanzar.

Nuevos anclajes.

Tengo frío,
tengo frío
en pleno mayo.

Es un frío ajeno al medio externo,
es un frío sincronizado
con los latidos de mi pecho.

Tengo frío,
tengo frío y
no lo niego.

No me pongo una máscara
para disfrazar el iceberg
que tengo por dentro.

Soplan ventiscas de norte a sur,
de sur a norte,
como escalofríos
que guían los timones
de mis botes.

Tengo frío y me desespero
porque no creí que el invierno
fuera a regresar
sin avisar primero.

Verano,
la rabia que come por dentro.

Invierno,
el vacío que no conoce recuerdo.

Estaciones que son eso, un stop al viaje.
Un nuevo anclaje.

Escupe.

Me he clavado plumas entre las costillas en un intento de sacarle alas a un corazón anclado al pecho, como si la solución estuviera en aprender a alzar el vuelo.
Tengo los pies sobre la tierra porque siempre me dijeron que cuanto más alto sobrevolase el mundo, más fuerte sería la caída. Y lo comprobé cuando salté desde el precipicio de tu clavícula, dándome de bruces contra una realidad que no eras tú.
He aprendido que hay puertas que no deben volver a abrirse nunca, porque eso solo significa dar media vuelta, y los caminos de ida también se olvidan.
El reloj ha hecho tic.
Y no le acompaña el tac.
Como una sístole,
sin su diástole.
Me estoy dejando los pulmones gritándole que no regrese, que tengo los puños bañados en sangre de tanto apretarlos por la rabia de volver a verle sin quererlo, de verle sin querer volver.
Me digo a mí misma:
Escupe.
Escupe toda la quimera que llevas dentro.
Danza con fuego.
Conviértete en la bestia que late en tu interior.
Abandona.
Abandona todo lo que está de más, que no lo echarás de menos.

Vamos a contar mentiras sin cantar.

Vamos a mentir.
Vamos a mentir una vez más.
Volvamos a decir que las lágrimas no empapan, que sólo es lluvia, pero sigamos bailando con ella, intentando camuflar el agua salada que se desliza por nuestra cara.
Volvamos a mentir.
Volvamos a hacerlo.
Vuelve a decirme "lo siento" mientras escondes el puñal tras la espalda y me tiendes la mano como si no pasara nada.
Está bien, volvamos a pasear juntos, evitemos todo lo que nos da miedo, disfrutemos de conversaciones banales que no solucionan nada, crucemos la esquina para toparnos con la ignorancia.
Vuelve a besarme con besos de Judas los párpados, esperando que no vuelvan a abrirse, sonríeme a quema-boca y hazme creer que quieres pasar el resto de tu vida en una única flor.
Miénteme, jura que entre toda la primavera tú serás mi capullo.
Escribe en todos los pétalos de una margarita "sí" y regálamela por San Valentín.
Promete permanecer a mi lado, hasta el fin.
Hazlo así.
Ponte la máscara.
Miénteme.
Miénteme porque esta vez no te creeré.
No caeré.
Porque está vez haré caso a los refranes:
Amar y no ser amado, es tiempo mal empleado.

Vivo con la ausencia.

Solo suena Marwan
y eso es el preludio
de que algo muy bueno
va mal.

Me sabe la boca a olvido
y el pecho se siente
demasiado vacío
como para entender
de qué va el amor
y por qué produce dolor.

Me bailan en la cabeza
más de mil recuerdos
de los que sólo intento
aprender algo
que me pueda ayudar.
Pero sigo sin saber
cómo escapar.

Vivo con la ausencia
de un cuerpo
que nunca está
aunque no sé si estuvo.

Así que escribo
historias sobre una soledad
que nunca aparece
cuando estoy sola,
y nunca desaparece
cuando estoy contigo.

Intento tirar mis miedos
por la borda
pero entonces aparece tu boca
y mis latidos se multiplican
cuando me tocas.

Entonces no entiendo
qué es lo que me devora
por dentro,
que me ancla a unos huesos
que nunca echo de menos.

No sé cuándo
termina el epílogo
de una historia
que hace tiempo
que ha acabado.

Porque por más que intento
coser la herida,
nunca cicatriza,
nunca finaliza.

No me sujetas del brazo
cuando me doy la vuelta
pero cuando me doy cuenta
regreso sobre mis pasos.

Intento alejarme
de un corazón
que sólo deja cortes,
pero he aprendido
a escribir con sangre
y ahora
no puedo marcharme.

A veces me gustaría...

A veces me gustaría 
dar media vuelta 
sobre el eje central
de mi cuerpo. 

Sellarme la boca 

para no dar más besos,
para no recitar versos 
de los que me arrepienta.

A veces me gustaría 

retroceder sobre mis pasos, 
subirme al escenario
e interpretar otro papel,
distinto al que me ha tocado.

A veces me gustaría 

ser más realista 
y no culpar al azar 
de lo que ocurrió 
por mi estúpida manía 
de no saber cuándo parar.

A veces me gustaría 

desprenderme del vacío 
que todavía cohabita 
con la cara más oculta 
de un alma que no quiere hablar.

A veces me gustaría 

que el cielo no me recordara 
que me muero entre tanta llama.

A veces me gustaría 

saberme menos de lo que me sé,
para que así la ignorancia 
supiese a miel y no fuera hiel 
lo que me inunda.

A veces me gustaría

aprender a escribir poesía 
para saber ponerle nombre 
a este puñado de errores 
que intentan hacer rima. 

A poesía me sonaban 

los trozos de nuestras almas 
cuando, pese a que lo intentaban,
no encajaban. 

A poesía me sonaban 

nuestros dos corazones, 
casi muertos de rabia, 
porque por más que latiesen,
no avanzaban,
no se aproximaban. 

A poesía me sonaban 

los kilómetros que nos separaban
porque cada día que pasaba 
más mi cuaderno se llenaba 
y mi pecho se vaciaba. 

A poesía me sabían 

las letras que te nombraban 
y a veces me gustaría 
no haber pronunciado nada

sábado, 28 de mayo de 2016

Escribo.

El corazón me ha dado un vuelco, está agitándose dentro de mi pecho como si quisiera buscar el camino de vuelta a casa, intentar salir huyendo de este laberinto lleno de angustia, apartarse del frío que siento, de este frío que siento.
Pienso que no hay escapatoria esta vez para mí, que de nada sirven estas ganas de huir, que la daga me ha dado de lleno en el lado izquierdo. 
Me escondo en las faldas de una chica llamada Literatura porque sus metáforas siempre fueron mi refugio más cobarde.
Escribo porque necesito poder sentir el amor que me transmite el folio, lo hago porque la soledad siempre ha sido mi mejor compañera.
Escribo porque necesito mancharme las manos de tinta y saber que hay formas de llorar sin lágrimas. 
Escribo porque necesito saber que hay una parte de mí que puede huir, porque necesito tener claro que puedo romperme en mil trozos que nunca nadie será capaz de reconstruir. 
Lo hago porque necesito transmitir mensajes que a veces ni yo me paro a leer. 
Hoy mi cabeza está llena de ruido e intento ahuyentar tanto pensamiento negativo con golpes de pedales y acordes de guitarra. 
Me intento sujetar a cualquier voz rasgada que me tienda una arista para colgarme de ella hasta el verano que viene. 
Hoy una misma pregunta cruza mi mente tres veces por segundo: ¿Y ahora qué?


El mismo sitio de siempre.

Te voy a esperar en el sitio de siempre, aquel que parece que ya tenemos olvidado.
Te voy a esperar entre aquellas flores que vieron inmortalizar el beso más bonito del mundo.
Tampoco me pondré falda para que no te vayas en el próximo vuelo, porque para hablar de terremotos te necesito con los pies sobre la tierra.
No entiendo de medidas sísmicas pero se me ha agitado el corazón al pensar en volver a verte y la sangre me está provocando quemaduras de yo no sé cuándos grados.
Voy a esperarte, sentada en aquel banco.
Por si decidas arriesgarte y venir a buscarme, por si aún crees en la magia y no todo es polvo.
Te estaré esperando.
Te estaré esperando mirando nuestros sueños  reflejados en el estanque, por si quieres lanzar la primera piedra, romper mis espejismos y, sin esconder la mano, hacerlos realidad.
Te estaré esperando.
Te estaré esperando en el sitio de siempre, con el corazón fuera del pecho y una segunda declaración de amor en el puño derecho. 
Te esperaré, rodeada de primavera, por si quieres arreglar el reloj de arena y que, esta vez, el tiempo sí sople a nuestro favor.



Sigo gritando.

He escrito con Daniel de fondo y el gemido del bolígrafo contra el papel ha hecho llorar hasta a la Luna.
Me he descompuesto en 14 versos que luego han formado un soneto, tomando de ejemplo una dulce queja que no para de gritar “tengo miedo de perder, tengo miedo de perderte.”
Me he roto en más de 3000 trozos y por más que intento rimar el puzle, me sigue faltando una pieza.
Sigo atada a tu cuerpo  con finos hilos que forman las telarañas instaladas en cada caja de recuerdos.
Y sigo gritando, tengo miedo.
Tengo miedo de todos los textos que escribo en superlativo después de saber que mis dudas están frenando el ritmo de tu pecho.
Tengo miedo de que dejes de convertirme en tu guitarra y de que no suenen más acordes entre los huecos de mi pelo.
Sigo gritando, tengo miedo.
Tiemblo, tiemblo entre cuatro paredes que no paran de acercarse y alejarte. Y yo, de manera frenética, intento romper toda cadena  que no me deja rozarte.
Me duelen las muñecas de estar atada debajo de la cama, donde se esconden todos y cada uno de mis monstruos.
Las peores pesadillas ahora las tengo estando despierta, cuando te veo dar media vuelta, y dar un paso, y otro, y otro… ¡Y ya no puedo alcanzarte!
Sigo gritando, tengo miedo.
N puedo dejar de pensar en el día en el que llegaste, calcinando cada iceberg que me tenía prisionera, apellidándote deshielo y cosiéndome las alas para volver poder a volar.
Recuerdo como me besaste las cicatrices una a una y me dijiste que era la plantilla más bonita que habías visto en tu vida. Hiciste de mis lunares puntos y seguidos y hoy siento que el calendario marca un punto y final.
Y sigo gritando, tengo miedo.
Miedo de que te des cuenta de que mi amor duele tanto como sacia, de que sólo sé amar lo que antes estuvo roto, miedo de que de verdad me hagas caso y decidas marcharte, de que me dejes leyendo a Sabines, entre la muerte y la vida (que es lo que queda después de ti)
Y sigo gritando, tengo miedo.
Miedo de que despejes la X de mi nombre y ya no quieras conocer el as que llevo bajo la ropa.
Miedo de que el día que nos besamos por primera vez deje de ser tu numero de la suerte,
Tengo miedo.
Miedo de que abras el candado que anclamos a aquel puente.
Miedo de que aquella estrofa cobre sentido y me digas “adiós” yendo a mi lado.


Tengo miedo. Miedo de reconocer en voz alta que realmente lo sé, que ya te has ido, que no escucho tus latidos. 

Será.

Será que te quise y ese es el problema, que ahora que no te quiero se me coge en el pecho lo que pudo haber sido y no fue. 
Será que me prendiste el alma en llamas y ahora cuando te acercas la boca me sabe a cenizas. 
Será que el recuerdo me sienta peor que el olvido y por eso evito los cristales, los espejos, cualquier reflejo de un pasado que arde entre las manos. 
Será que ahora que no te quiero tengo el doble de amor entre los pies, y si no bailan con los tuyos, no sé dónde guardarlo, todo está al revés. 
Será que Suárez me susurra que él también te recuerda. 
Será que ahora que no te veo, imagino tu pelo en el chico que gira la esquina, tus ojos en quien me mira, tus labios en quien toma una cerveza en la mesa de la derecha, tu voz en quien recita en aquella avenida, la que nos vio nacer y morir en un beso, entre miles de versos.
Será que antes te quise, y ahora que no te quiero no sé qué hacer con el que late debajo de la piel. 
Será que ahora que mi canción no lleva tu nombre no sé cómo pedirle que se calle, que deje de llamarte, de gritarte.
Será que no me hago a la idea de que la despedida nunca será de nuevo un abrazo-beso-abrazo-beso. 
Será que ahora que mi brújula no marca tu sur, no sé encontrar el norte y estoy más perdida que cuando te quería. 
Será que extraño la herida porque dolía y me hacía sentir viva

Ahora.

Lo he conseguido.
Lo he dejado atrás.
He dejado ese pesar que me hacía lamentar cada paso que daba, porque siempre sentía que era en falso y no avanzaba.
Lo he logrado, he escapado de sus garras como quien huye por el laberinto y al fin encuentra la salida.
He conseguido liberarme de mi creencia de que no existía la libertad.
De que yo ya no sería capaz, jamás, de salir a bailar bajo la lluvia, creerme tormenta y después secarme al sol.
He logrado descifrar el algoritmo que me permite escapar de la celda, de esta jaula de cristal que me permite ver pero no tocar.
He despertado de este coma profundo más fuerte que nunca.
Y ahora no hay quien me pare. Ahora soy yo quien le dice al siguiente que dispare, que le apunte al punto y final hecho con permanente en una carta que jamás voy a enviar.
Ahora soy arma y juego a la ruleta rusa.
Ahora soy dominó y nunca me caigo.
Ahora soy parchís y me como el mundo.
Ahora soy ajedrez y grito jaque mate al pasado.
A todo el daño.
A quienes no creyeron que se pudiera continuar sin rey.
A quien me llamó reina y me quería quitar la corona de mi propia vida.
Hoy me alzo con la victoria en cualquier juego y bailo en el tablero.
Hoy lo hago porque sí, porque quiero, porque puedo, porque quien sigue y sigue, la consigue.
Y yo, lo conseguí, escapé de la prisión y hoy brilla en el cielo el sol.

Inmortalidad.

Por primera vez, voy a intentar hacer las cosas bien.
Voy a girarme, voy a andar, voy a irme lejos, voy a hacerlo más fácil.
Me he aferrado siempre a eso de "más vale pájaro en mano que cientos volando", pero lo cierto es, que yo soy ese pájaro, atándome las alas con cadenas, a la boca de cualquier poeta de mierda. 
Y basta.
Basta.
Basta.
Basta de creerme que esos besos son metáforas de un "te quiero", basta de hacer símiles entre lo que quiero y lo que tengo, basta de personificaciones de amores que nunca estarán vivos, basta de absurdas atribuciones cuyo efecto siempre es negativo. 
Basta de mariposas que se convierten en abejas asesinas con el eco de tu voz. 
Basta.
Basta de mentiras.
De amores de mercadillo.
De sonrisas de escaparate.
Basta.
Basta de aparentar, de fingir felicidad, de ir por la vida fingiendo ser huracán cuando sé que estoy tan rota.
Ya no me creo que te enamorases de mi, que te enamoraras de mis ruinas, ya no creo que estuvieras dispuesto a encajar los trozos de tu corazón con el mío.
No quiero más de tus estúpidas campañas publicitarias que siempre terminan en subida impuestos porque, joder, que caro sale esto de quererte.
Que pagarme una suite de lujo en tu pecho, nunca fue mi opción, que yo me conformaba con un colchón a la luz de las velas, mientras estuviéramos los dos.
Que no, joder, que no te enteras.
Que nunca me escuchas.
Que esta vez no hay regreso, que estas líneas están llenas de puntos y seguidos, apartes y finales.
Porque se acabó, hasta aquí llego yo. 
Te lo dirijo a ti. 
A ti, poeta, que prometiste hacerme tan eterna como Roma. 
Que me querías encerrar en un verso, aprisionarme en un cuaderno, que me querías dar la inmortalidad con un beso. 
Y al final, a mí, que siempre fui tan volcán, me terminaste convirtiendo en Pompeya.

Si buscas que te quieran...

Es de noche y leo Sabina, no hay excusa para no pensarte porque es de noche y leo Sabina. 
Justo al escribir esto ha empezado a sonar la primera canción que escuché cuando dijiste adiós, a media voz. Cuando decidiste huir, correr y salvarte de esta habitación sin salida que es mi vida. 
Sonreíste en un susurro casi inaudible a sabiendas de que yo ya entendía el idioma de tu risa, el que me habías enseñado entre besos, en cualquier parte o cualquier momento. 
Así tus labios sellaron tres o cuatro pactos con mi pecho: el de quererme, el de soñarme, el de no mentirme y el de tenerme. 
Pero te fuiste. 
Te fuiste como quien no deja atrás nada con importancia, como quien olvida y no se da media vuelta, no mira, sólo camina.
Es de noche, y leo Sabina, y aquí estoy recordándote. 
Entre besos y versos de Judas, entre caricias desnudas, entre recuerdos mojados de lágrimas y sueños despiertos. 
Es tiempo de rechazo, de dar la vuelta al calendario y escribir en cada mes lo mucho que te he echado de menos, para después lanzarlo al fuego, de vuelta a tu infierno. 
El infierno que nos vio nacer y morir en un mismo vaivén de roce con sabor a despedida.
Es de noche y voy a arrancarme con fuerza y coraje las flechas fallidas de Cupido que no consiguieron dar en el punto de mira de un corazón roto. 
Voy a beberme los ecos de tu voz para después vomitarlos sobre todas las canciones que me recuerdan a ti. 
Voy a irme de aquí con lo puesto y sin tu ropa. 
Te regalo mi silencio lleno de ruido. 
Te deseo, con toda mi pena, alguien que te quiera. 
Te deseo, a todo mi pesar, alguien que no te deje pasar. 
Te deseo, con todo mi lamento, que consigas hacerme recuerdo. 
Te lo digo, sin malas intenciones, porque ya te dije que si buscas que te quieran, aléjate de mí.

Cosas que suenan a pasado.

Mi mayor duda sigues siendo tú. 
Y eso no lo cambia ni el tiempo que marcan nuestros relojes parados, silenciados por la daga de plata que apuñaló tu espalda, ni la distancia entre nuestros pechos.
Dicen que los kilómetros separan cuerpos, no corazones. Pero desde que no siento tus latidos, mi corazón se ha atenuado y no encuentra el eco de tu voz por ningún lado.
He intentando sanar las heridas que me hice entre las manos al intentar aferrarme a tus aristas cuando tu huida quería ser el huracán que se llevara mi vida por delante.
No fue fácil aprender a mirar al lado izquierdo y saber que tú ya no ibas de mi mano.
No lo fue, claro que no lo fue.
Aún te sigo buscando entre la gente, aún sigo con la fe ciega de volver a verte sentando al final del pasillo en un autobús que no lleve a ninguna parte. 
Y perdernos. Perdernos dejando atrás todas las dudas que me atormentaron el pecho cuando tú pedías sí y yo sólo sabía pronunciar no. 
Ha llegado noviembre, ha llegado otra vez con su lluvia, con su viento de melancolía, con sus ganas de pasar hojas caídas que también cuentan historias. 
El otoño es la estación que más letras lleva escritas. Y eso es porque todas las idas y venidas que me marcaron con cicatristes el cuerpo, estuvieron acompañadas de la llovizna que calaba, del frío que casi quemaba. 
Hoy me persiguen los fantasmas, llaman a la ventana cuando intento despertar de este sueño perpetúo en el que me sumí cuando te vi caminar de espaldas a mi vida, cuando me dejaste entre un bombardeo de preguntas que no sabía responder.
Hoy es un buen día. Un buen día para llenarme los labios de arrepentimiento, para que el café sepa el doble de amargo, para mancharme la piel de tinta mientras te recuerdo y abro la puerta a mil criaturas extrañas que siguen llevando tu aroma. 
Hoy no tengo más palabras, no tengo más palabras para describir qué es lo que me ha llevado a estar donde estoy en este momento. Pero Marwan habla de abrir la puerta al amor y dejar la cadena echada. 
Perdón por refugiar mi miedo entre mentiras, por esconderme haciéndome la valiente cuando realmente soy una cobarde y aún me arden las caricias que no te di por temor a que me calaran, por temor a pasar del poder a querer quedarme.