domingo, 18 de septiembre de 2016

Casi siempre, cuando dan las 4 de la mañana y aún no he conseguido conciliar el sueño, me acuerdo de su pelo. Y sueño que lo vuelvo a acariciar durante mil noches más.
A veces, le doy la espalda a la vida y la muy zorra me da una puñalada trapera que no duele pero desespera y me recuerda todo lo que pudo haber sido y por mi culpa no fue.
A veces me arrimo las velas a las costillas, para intentar derretir un pecho que no late y conseguir navegar lejos de todo este desastre.
Cuando recuerdo el movimiento de sus labios mientras me llamaba "chica huracán", se me abren los brazos a modo de alas y quiero ir a buscarle. Intento tentar a la suerte, pero siempre me dice que él no quiere verme.
Su voz estalla en mi mente, me llama ruina y yo me reconstruyo.
Me hago eterna durante un segundo.
El tiempo es infinito pero mi vida es un suspiro. Y, aunque lo niegue, sigo esperando una perdida que venga con un mensaje que diga "nos vemos donde siempre, valiente." Echo el ancla a la frase "el olvido es para los cobardes que no conocen el placer de un recuerdo."
Entonces me libero, alzo el vuelo y me voy lejos.

Hay veces que me desespero, que no sé hacia dónde huir.
Veces en las que el paraíso, ni siquiera es paraíso, y todo es como un reflejo borroso de cualquier infierno.
Hay veces que camino menos de lo que freno y que, al final, sólo doy pasos hacia atrás y jamás logro avanzar.
Dicen que es bueno coger impulso para dar el salto, pero siento que me quedo flotando y nunca me gustó no tener los pies sobre la tierra.
Ya no me da miedo volar si no voy sujeta a la mano de alguien, pero me sigue dando más miedo el despegue que el aterrizaje. Y así voy.
Dando pasos hacia atrás en un intento de coger carrera pero siempre quedándose en eso, en intento. En palabras vacías que jamás terminan la frase. En cosas a medias. En medias cosas.
Hace tiempo alguien me llamó cobarde, me dijo que tenía que dejar de temer arriesgarme. Y yo siempre respondo que lo que más miedo me daba, por aquel entonces, es que alguien decidiese arriesgar conmigo.
Porque yo no temo al golpe, ni a la ruina, ni al desastre. Porque exijo una vida llena de caídas, de heridas.
Pero no me gustan las expectativas.
No me gustan que esperen algo de mí, porque jamás van a ver la realidad que ven mis ojos, y jamás van a comprender las escenas que suceden en mi cabeza.
Sólo quiero, que me den la mano, aquellos a los que yo ya le he tendido el brazo.
Hay veces que me desespero, que no sé hacia dónde huir, que no hay escaleras hacia el cielo y que no creo en mi porvenir. Hay veces, que no lloro pero casi, que grito de rabia estando en silencio, que todo es un tormento.
Hay veces que me escapo, me pierdo, y me encuentro.

Amar(nos) nos hace fuertes.

Muchas veces nos han vendido que el amor nos hace débiles, que el amor es el mayor talón de Aquiles del ser humano.
Cuando en realidad amar es aprender tanto como puedas de la persona que camina junto a ti y saber que, además de la tuya, también puedes contar con su fortaleza. Que será tu baluarte en cualquier guerra.
Amar es compartir, sentir, respetar, dar, recibir, soñar, viajar...
Amar es algo que se escapa de nuestras manos pero que nos da alas.
El amor verdadero es aquel que nos hace libres, que nos ayuda a volar por el cielo sin despegar los pies del suelo.
Muchos dicen que el amor nunca es eterno, yo siempre digo que sí que lo es, porque siempre quedan vivos los recuerdos.
Cierto es que puede un día, al despertar, la cama esté vacía y las sábanas frías. Quizá sientas que ya esa persona no camina por el mismo camino que el tuyo.
Pero lo bonito y jodido del amor es que por mucho tiempo que pase, por mucho daño, o por mucha felicidad que haya adornado tu estancia en la vida de alguien, jamás te van a olvidar y tú tampoco lo harás.
Porque el amor es como la poesía, mejor dicho, el amor es poesía, y nos hace inmortales.
No tengas miedo a arriesgarte.

"El día que pierda la sonrisa, será el día en el que realmente esté perdida."
Eso lo aprendí después de que volvieras y me dijeras que me habías encontrado siguiendo el sonido de mi risa, que fue tu camino de baldosas, el efecto mariposa que cambió tu vida.
Y yo no era más que otra persona de hojalata en busca de su corazón.
Soñé una y otra vez que todo fue porque un pájaro se lo llevó y yo no paraba de hacer paradas en pechos ajenos buscando el nido de aquel estúpido ser volador.
Me abandonaste lleno de motivos y yo nunca pude quitarte la razón del lado izquierdo, me llevé parte de tu sueño, también nadé por mares en los que otras de tus hipócritas sirenas habían nadado. No estuve a la altura y entiendo que jamás me dejaras remediarlo.
No dejé de sonreír, preferí seguir riendo y escribiendo, haciéndote inmortal para que consiguieras vencer a tu peor enemigo: el tiempo.
Que sí, que lo entiendo, que cada folio menos es un kilómetro más, que la distancia real comenzó con un beso.
Que agradezco que las segundas oportunidades no estuvieran en tu lista de la compra, que no me la merezco, que en el fondo sé que estaba de paso, que estábamos destinados al fracaso...
Pero no me pidas que no te escriba, que no rellene cuadernos sobre lo que pudo haber sido y yo no quise que fuera, sobre mi cobardía, mi manía de andar sobre mis pasos, de tomar atajos...
No me pidas que olvide un amor tan épico, porque no puedo. Porque te has vuelto tan eterno como Roma y todos mis caminos terminan en tu boca.

Déjame.

Déjame ser corriente.
Déjame llevarte
a un mundo aparte
donde no puedan encontrarte.
Me da igual que sean segundos, minutos, meses o años.
Pero déjame hacerlo,
coge mi mano.
Déjame decirte todo lo que mi pecho no consigue.
Déjame llevarte,
arrastrarte.
Prometo no lastimarte,
no dejar que nada te pase.
Convertirte en pájaro,
nunca atarte.
Dame una oportunidad,
déjame amarte
aunque sólo sea un instante.
Acepta mi lírica simple,
mi ruido por dentro,
todos mis versos.
Déjame llevarte,
que no sé rimar de otra forma
sino son tus besos
los que adelantan el minutero.
Déjame hacerlo,
déjame acompañarte
hasta el final del poema:
Ese que desemboca
con mis labios en tu boca
y no en otra.