miércoles, 20 de julio de 2016

El día en el que crecí.

Yo me enteré un día de que había crecido. No me enteré poco a poco, fue de pronto, como encontrarse una cascada de agua helada en mitad de la calle, fue como un golpe congelado en mi rostro. Así lo supe, ahí me enteré de que ya no era una niña y de que todo había cambiado. 
No fue un martes, ni un domingo, creo que sería demasiado obvio si hubiera sido un lunes, creo que fue un miércoles cuando me di cuenta de que el reloj había acelerado sus latidos y de que yo había crecido. Supe entonces que no podría retroceder sobre mis pasos, que nunca volvería a vivir nada de aquello, que sólo podría revivirlo mirando al fondo del pozo de los recuerdos. 
El día en el que crecí, no fue cuando di mi primer beso, no tiene nada que ver con ninguno de los "Feliz Cumpleaños" que había soplado, tampoco fue la primera vez que hice daño, o cuando me clavaron el puñal en el pecho. 
No tuvo nada que ver con eso.
El día en el que crecí, no fue cuando entré en la Universidad, ni cuando me fui a vivir sola, ni en mi primer viaje, no sé si fue antes o después de nada de esto, pero ahí no fue. Tampoco fue cuando le conocí o cuando le dejé ir. Tampoco cuando regresó ni cuando me volvió a decir adiós.
El día en el que crecí no tuvo que ver con nada de eso.
El día en el que crecí, fue como tropezar, caer al suelo, y al levantarme ver que todo había cambiado, que el paisaje era totalmente nuevo. 
Fue de pronto, tan rápido como un parpadeo, ninguno de los sitios que durante tanto años había visitado, donde hace tiempo había jugado, reído, bailado, soñado, eran los mismos.
Nada se había movido de su posición, pero todo parecía desordenado, el asfalto seguía siendo el mismo, los bancos seguían igual de rotos, los mismos árboles eran lo que frenaban el paso al sol, las pintadas de antaño asomaban tras capas de pintura sobre las paredes que me rodeaban. Pero todo se veía diferente, olía diferente, traía sabores diferentes, el viento no parecía acariciar de la misma forma y entonces lo supe: yo ya no era yo, sino otra. 
Entendí que todo había quedado sepultado en aquellas cajas de cartón en la que guardo los dibujos, las cartas, las entradas de cine, los diarios, tantos textos. Entendí que esa etapa había pasado, y que no podía decir cuánto había durado. 
El día en el que crecí no fue otro que el día en el que miré a mi alrededor y me di cuenta de que ya no había ningún lugar que pudiera bautizar como refugio, que nada era mío y que menos aún era un mío compartido de los que se terminan transformando en un nuestro.
El día en el que crecí fue el día en el que crucé la ciudad, de punta a punta, haciendo parada en todos los lugares en los que había reído hasta que me dolía la tripa,  en los que había llorado hasta ser más papel mojado que persona, en los que me había deshecho y formado como si fuera un puzzle. Por todos los sitios en los que había creído vivir, aunque fuera un instante. 
El día en el que crecí fue el día en el que comencé a sentir que mi estancia era un tren de paso por todos las estaciones en las que echaba el freno. 
El día en el que crecí fue el mismo día en el que entendí que no toda mi soledad era elegida.
Ese fue el día. 

sábado, 9 de julio de 2016

La noche...

La noche es el refugio para los oscuros corazones que ya no saben hacia dónde marchar.
Me escondo tras el filo de una espada manchada de sangre y escalo por los cadáveres de aquellos recuerdos que pudieron no serlo pero siempre lo serán.
No se callan las sirenas de amenaza conocida y a mí se me va la vida en cada suspiro que doy cuando te veo pasar.
Aquí no hay quien duerma y sueño que tu cadera me vuelve a pedir la guerra que ya no te puedo dar. Permanezco en la trinchera tan solitaria que ahora es mi cama y me da por pensar.
Conseguiste sincronía entre tu respiración y la mía y ahora siempre sé dónde estás.
Ahora no existe la opción de cruzar esa puerta y no mirar atrás porque sé que siempre esperaré, por si nos volvemos a ver.
Me volverás a encontrar leyendo en el mismo banco de siempre y entonces te vería y subiría cuantas escaleras fueran necesarias para llegar al cielo de tu boca, e inclinarme en las aristas de las ventanas de tus ojos.
Volverías a ser mi monumento, mi edificio favorito del que dejarme caer. Volvería a pasar allí el invierno, a ver cualquier atardecer.
Me dejaría la piel viendo una y otra vez el pestañeo de tus labios, evocando un saludo capaz de deshacer todos mis nudos.
Sé que entonces volvería a sentirme libre, que no tendría ningún dolor ni carga azotando mi pecho.
Que cortarías mis cadenas, que podría volver a alzar el vuelo.
Que me querrías libre y sería pájaro.
Sé que sólo bastaría un leve soplo de tu aliento para dejarme llevar por el canto de una brisa que no sabe a despedida. Sé que con eso bastaría.
Pero, por favor, no vuelvas.
No vuelvas porque si te vas tendré que volver a construir una montaña sin vida con lo que pudo ser y no fue.
Y te juro que no has vuelto, pero que ya sé que no estoy preparada para perderte otra vez.