lunes, 30 de mayo de 2016

Me da miedo.

Me da miedo la permanencia. 
Pero me da miedo la permanencia porque le tengo un pánico atroz a ese "para siempre" que es por obligación. 
Gente que se baña la boca hablando en futuro, mientras tienen a su lado, a alguien atado de pies y manos. 
Gente que no comprende que amar es volar, convertir a alguien en hogar pero nunca en cárcel. 
Ser pájaro sin jaula. 
Y cuando creas que alguien te quiere cortar las alas, salir huyendo por patas. 
Me da miedo la dependencia. Pero no esa dependencia que muchos piensan de "si se va, sentiré dolor", cómo no quieres sentirlo, si tu corazón al suelo han tirado, ahora que estabas con los pies lejos de la tierra: volando.
Cómo no quieres que te duela esa caída, si es volver a deshacer un puzzle que tanto logró montar. Superar y volver a montar. 
Me da miedo la dependencia que otro pecho tenga hacia mí, me da miedo ese sentimiento de "sin ti me voy a morir", me da miedo que no entiendan que siempre hay que seguir, que el amor es frecuencia, y una frecuencia tediosa es más monotonía que otra cosa. 
Me da miedo la rutina. Pero no esa rutina del beso de nuevas noches, de las palabras claves, de las mismas frases, de la película de siempre y el café de después. 
Me da miedo la rutina, esa rutina que oxida, que aniquila toda ganas de innovar, esa rutina que mata y que sin duda te hace matar. Esa rutina tan rutinaria de la que no puedes escapar y que, al final, tarde o temprano, quieres dejar atrás.
Me dan miedo tantas cosas, que a veces no sé por dónde empezar. 
Pero me gustan algunos miedos, porque te impulsan a caminar. 
Me gusta actuar con ese "tengo miedo" que mis piernas hace temblar. 
Porque así comprendo que los miedos se pueden superar. 
Y que pocas cosas ayudan tanto como el miedo a no avanzar.

Nuevos anclajes.

Tengo frío,
tengo frío
en pleno mayo.

Es un frío ajeno al medio externo,
es un frío sincronizado
con los latidos de mi pecho.

Tengo frío,
tengo frío y
no lo niego.

No me pongo una máscara
para disfrazar el iceberg
que tengo por dentro.

Soplan ventiscas de norte a sur,
de sur a norte,
como escalofríos
que guían los timones
de mis botes.

Tengo frío y me desespero
porque no creí que el invierno
fuera a regresar
sin avisar primero.

Verano,
la rabia que come por dentro.

Invierno,
el vacío que no conoce recuerdo.

Estaciones que son eso, un stop al viaje.
Un nuevo anclaje.

Escupe.

Me he clavado plumas entre las costillas en un intento de sacarle alas a un corazón anclado al pecho, como si la solución estuviera en aprender a alzar el vuelo.
Tengo los pies sobre la tierra porque siempre me dijeron que cuanto más alto sobrevolase el mundo, más fuerte sería la caída. Y lo comprobé cuando salté desde el precipicio de tu clavícula, dándome de bruces contra una realidad que no eras tú.
He aprendido que hay puertas que no deben volver a abrirse nunca, porque eso solo significa dar media vuelta, y los caminos de ida también se olvidan.
El reloj ha hecho tic.
Y no le acompaña el tac.
Como una sístole,
sin su diástole.
Me estoy dejando los pulmones gritándole que no regrese, que tengo los puños bañados en sangre de tanto apretarlos por la rabia de volver a verle sin quererlo, de verle sin querer volver.
Me digo a mí misma:
Escupe.
Escupe toda la quimera que llevas dentro.
Danza con fuego.
Conviértete en la bestia que late en tu interior.
Abandona.
Abandona todo lo que está de más, que no lo echarás de menos.

Vamos a contar mentiras sin cantar.

Vamos a mentir.
Vamos a mentir una vez más.
Volvamos a decir que las lágrimas no empapan, que sólo es lluvia, pero sigamos bailando con ella, intentando camuflar el agua salada que se desliza por nuestra cara.
Volvamos a mentir.
Volvamos a hacerlo.
Vuelve a decirme "lo siento" mientras escondes el puñal tras la espalda y me tiendes la mano como si no pasara nada.
Está bien, volvamos a pasear juntos, evitemos todo lo que nos da miedo, disfrutemos de conversaciones banales que no solucionan nada, crucemos la esquina para toparnos con la ignorancia.
Vuelve a besarme con besos de Judas los párpados, esperando que no vuelvan a abrirse, sonríeme a quema-boca y hazme creer que quieres pasar el resto de tu vida en una única flor.
Miénteme, jura que entre toda la primavera tú serás mi capullo.
Escribe en todos los pétalos de una margarita "sí" y regálamela por San Valentín.
Promete permanecer a mi lado, hasta el fin.
Hazlo así.
Ponte la máscara.
Miénteme.
Miénteme porque esta vez no te creeré.
No caeré.
Porque está vez haré caso a los refranes:
Amar y no ser amado, es tiempo mal empleado.

Vivo con la ausencia.

Solo suena Marwan
y eso es el preludio
de que algo muy bueno
va mal.

Me sabe la boca a olvido
y el pecho se siente
demasiado vacío
como para entender
de qué va el amor
y por qué produce dolor.

Me bailan en la cabeza
más de mil recuerdos
de los que sólo intento
aprender algo
que me pueda ayudar.
Pero sigo sin saber
cómo escapar.

Vivo con la ausencia
de un cuerpo
que nunca está
aunque no sé si estuvo.

Así que escribo
historias sobre una soledad
que nunca aparece
cuando estoy sola,
y nunca desaparece
cuando estoy contigo.

Intento tirar mis miedos
por la borda
pero entonces aparece tu boca
y mis latidos se multiplican
cuando me tocas.

Entonces no entiendo
qué es lo que me devora
por dentro,
que me ancla a unos huesos
que nunca echo de menos.

No sé cuándo
termina el epílogo
de una historia
que hace tiempo
que ha acabado.

Porque por más que intento
coser la herida,
nunca cicatriza,
nunca finaliza.

No me sujetas del brazo
cuando me doy la vuelta
pero cuando me doy cuenta
regreso sobre mis pasos.

Intento alejarme
de un corazón
que sólo deja cortes,
pero he aprendido
a escribir con sangre
y ahora
no puedo marcharme.

A veces me gustaría...

A veces me gustaría 
dar media vuelta 
sobre el eje central
de mi cuerpo. 

Sellarme la boca 

para no dar más besos,
para no recitar versos 
de los que me arrepienta.

A veces me gustaría 

retroceder sobre mis pasos, 
subirme al escenario
e interpretar otro papel,
distinto al que me ha tocado.

A veces me gustaría 

ser más realista 
y no culpar al azar 
de lo que ocurrió 
por mi estúpida manía 
de no saber cuándo parar.

A veces me gustaría 

desprenderme del vacío 
que todavía cohabita 
con la cara más oculta 
de un alma que no quiere hablar.

A veces me gustaría 

que el cielo no me recordara 
que me muero entre tanta llama.

A veces me gustaría 

saberme menos de lo que me sé,
para que así la ignorancia 
supiese a miel y no fuera hiel 
lo que me inunda.

A veces me gustaría

aprender a escribir poesía 
para saber ponerle nombre 
a este puñado de errores 
que intentan hacer rima. 

A poesía me sonaban 

los trozos de nuestras almas 
cuando, pese a que lo intentaban,
no encajaban. 

A poesía me sonaban 

nuestros dos corazones, 
casi muertos de rabia, 
porque por más que latiesen,
no avanzaban,
no se aproximaban. 

A poesía me sonaban 

los kilómetros que nos separaban
porque cada día que pasaba 
más mi cuaderno se llenaba 
y mi pecho se vaciaba. 

A poesía me sabían 

las letras que te nombraban 
y a veces me gustaría 
no haber pronunciado nada

sábado, 28 de mayo de 2016

Escribo.

El corazón me ha dado un vuelco, está agitándose dentro de mi pecho como si quisiera buscar el camino de vuelta a casa, intentar salir huyendo de este laberinto lleno de angustia, apartarse del frío que siento, de este frío que siento.
Pienso que no hay escapatoria esta vez para mí, que de nada sirven estas ganas de huir, que la daga me ha dado de lleno en el lado izquierdo. 
Me escondo en las faldas de una chica llamada Literatura porque sus metáforas siempre fueron mi refugio más cobarde.
Escribo porque necesito poder sentir el amor que me transmite el folio, lo hago porque la soledad siempre ha sido mi mejor compañera.
Escribo porque necesito mancharme las manos de tinta y saber que hay formas de llorar sin lágrimas. 
Escribo porque necesito saber que hay una parte de mí que puede huir, porque necesito tener claro que puedo romperme en mil trozos que nunca nadie será capaz de reconstruir. 
Lo hago porque necesito transmitir mensajes que a veces ni yo me paro a leer. 
Hoy mi cabeza está llena de ruido e intento ahuyentar tanto pensamiento negativo con golpes de pedales y acordes de guitarra. 
Me intento sujetar a cualquier voz rasgada que me tienda una arista para colgarme de ella hasta el verano que viene. 
Hoy una misma pregunta cruza mi mente tres veces por segundo: ¿Y ahora qué?


El mismo sitio de siempre.

Te voy a esperar en el sitio de siempre, aquel que parece que ya tenemos olvidado.
Te voy a esperar entre aquellas flores que vieron inmortalizar el beso más bonito del mundo.
Tampoco me pondré falda para que no te vayas en el próximo vuelo, porque para hablar de terremotos te necesito con los pies sobre la tierra.
No entiendo de medidas sísmicas pero se me ha agitado el corazón al pensar en volver a verte y la sangre me está provocando quemaduras de yo no sé cuándos grados.
Voy a esperarte, sentada en aquel banco.
Por si decidas arriesgarte y venir a buscarme, por si aún crees en la magia y no todo es polvo.
Te estaré esperando.
Te estaré esperando mirando nuestros sueños  reflejados en el estanque, por si quieres lanzar la primera piedra, romper mis espejismos y, sin esconder la mano, hacerlos realidad.
Te estaré esperando.
Te estaré esperando en el sitio de siempre, con el corazón fuera del pecho y una segunda declaración de amor en el puño derecho. 
Te esperaré, rodeada de primavera, por si quieres arreglar el reloj de arena y que, esta vez, el tiempo sí sople a nuestro favor.



Sigo gritando.

He escrito con Daniel de fondo y el gemido del bolígrafo contra el papel ha hecho llorar hasta a la Luna.
Me he descompuesto en 14 versos que luego han formado un soneto, tomando de ejemplo una dulce queja que no para de gritar “tengo miedo de perder, tengo miedo de perderte.”
Me he roto en más de 3000 trozos y por más que intento rimar el puzle, me sigue faltando una pieza.
Sigo atada a tu cuerpo  con finos hilos que forman las telarañas instaladas en cada caja de recuerdos.
Y sigo gritando, tengo miedo.
Tengo miedo de todos los textos que escribo en superlativo después de saber que mis dudas están frenando el ritmo de tu pecho.
Tengo miedo de que dejes de convertirme en tu guitarra y de que no suenen más acordes entre los huecos de mi pelo.
Sigo gritando, tengo miedo.
Tiemblo, tiemblo entre cuatro paredes que no paran de acercarse y alejarte. Y yo, de manera frenética, intento romper toda cadena  que no me deja rozarte.
Me duelen las muñecas de estar atada debajo de la cama, donde se esconden todos y cada uno de mis monstruos.
Las peores pesadillas ahora las tengo estando despierta, cuando te veo dar media vuelta, y dar un paso, y otro, y otro… ¡Y ya no puedo alcanzarte!
Sigo gritando, tengo miedo.
N puedo dejar de pensar en el día en el que llegaste, calcinando cada iceberg que me tenía prisionera, apellidándote deshielo y cosiéndome las alas para volver poder a volar.
Recuerdo como me besaste las cicatrices una a una y me dijiste que era la plantilla más bonita que habías visto en tu vida. Hiciste de mis lunares puntos y seguidos y hoy siento que el calendario marca un punto y final.
Y sigo gritando, tengo miedo.
Miedo de que te des cuenta de que mi amor duele tanto como sacia, de que sólo sé amar lo que antes estuvo roto, miedo de que de verdad me hagas caso y decidas marcharte, de que me dejes leyendo a Sabines, entre la muerte y la vida (que es lo que queda después de ti)
Y sigo gritando, tengo miedo.
Miedo de que despejes la X de mi nombre y ya no quieras conocer el as que llevo bajo la ropa.
Miedo de que el día que nos besamos por primera vez deje de ser tu numero de la suerte,
Tengo miedo.
Miedo de que abras el candado que anclamos a aquel puente.
Miedo de que aquella estrofa cobre sentido y me digas “adiós” yendo a mi lado.


Tengo miedo. Miedo de reconocer en voz alta que realmente lo sé, que ya te has ido, que no escucho tus latidos. 

Será.

Será que te quise y ese es el problema, que ahora que no te quiero se me coge en el pecho lo que pudo haber sido y no fue. 
Será que me prendiste el alma en llamas y ahora cuando te acercas la boca me sabe a cenizas. 
Será que el recuerdo me sienta peor que el olvido y por eso evito los cristales, los espejos, cualquier reflejo de un pasado que arde entre las manos. 
Será que ahora que no te quiero tengo el doble de amor entre los pies, y si no bailan con los tuyos, no sé dónde guardarlo, todo está al revés. 
Será que Suárez me susurra que él también te recuerda. 
Será que ahora que no te veo, imagino tu pelo en el chico que gira la esquina, tus ojos en quien me mira, tus labios en quien toma una cerveza en la mesa de la derecha, tu voz en quien recita en aquella avenida, la que nos vio nacer y morir en un beso, entre miles de versos.
Será que antes te quise, y ahora que no te quiero no sé qué hacer con el que late debajo de la piel. 
Será que ahora que mi canción no lleva tu nombre no sé cómo pedirle que se calle, que deje de llamarte, de gritarte.
Será que no me hago a la idea de que la despedida nunca será de nuevo un abrazo-beso-abrazo-beso. 
Será que ahora que mi brújula no marca tu sur, no sé encontrar el norte y estoy más perdida que cuando te quería. 
Será que extraño la herida porque dolía y me hacía sentir viva

Ahora.

Lo he conseguido.
Lo he dejado atrás.
He dejado ese pesar que me hacía lamentar cada paso que daba, porque siempre sentía que era en falso y no avanzaba.
Lo he logrado, he escapado de sus garras como quien huye por el laberinto y al fin encuentra la salida.
He conseguido liberarme de mi creencia de que no existía la libertad.
De que yo ya no sería capaz, jamás, de salir a bailar bajo la lluvia, creerme tormenta y después secarme al sol.
He logrado descifrar el algoritmo que me permite escapar de la celda, de esta jaula de cristal que me permite ver pero no tocar.
He despertado de este coma profundo más fuerte que nunca.
Y ahora no hay quien me pare. Ahora soy yo quien le dice al siguiente que dispare, que le apunte al punto y final hecho con permanente en una carta que jamás voy a enviar.
Ahora soy arma y juego a la ruleta rusa.
Ahora soy dominó y nunca me caigo.
Ahora soy parchís y me como el mundo.
Ahora soy ajedrez y grito jaque mate al pasado.
A todo el daño.
A quienes no creyeron que se pudiera continuar sin rey.
A quien me llamó reina y me quería quitar la corona de mi propia vida.
Hoy me alzo con la victoria en cualquier juego y bailo en el tablero.
Hoy lo hago porque sí, porque quiero, porque puedo, porque quien sigue y sigue, la consigue.
Y yo, lo conseguí, escapé de la prisión y hoy brilla en el cielo el sol.

Inmortalidad.

Por primera vez, voy a intentar hacer las cosas bien.
Voy a girarme, voy a andar, voy a irme lejos, voy a hacerlo más fácil.
Me he aferrado siempre a eso de "más vale pájaro en mano que cientos volando", pero lo cierto es, que yo soy ese pájaro, atándome las alas con cadenas, a la boca de cualquier poeta de mierda. 
Y basta.
Basta.
Basta.
Basta de creerme que esos besos son metáforas de un "te quiero", basta de hacer símiles entre lo que quiero y lo que tengo, basta de personificaciones de amores que nunca estarán vivos, basta de absurdas atribuciones cuyo efecto siempre es negativo. 
Basta de mariposas que se convierten en abejas asesinas con el eco de tu voz. 
Basta.
Basta de mentiras.
De amores de mercadillo.
De sonrisas de escaparate.
Basta.
Basta de aparentar, de fingir felicidad, de ir por la vida fingiendo ser huracán cuando sé que estoy tan rota.
Ya no me creo que te enamorases de mi, que te enamoraras de mis ruinas, ya no creo que estuvieras dispuesto a encajar los trozos de tu corazón con el mío.
No quiero más de tus estúpidas campañas publicitarias que siempre terminan en subida impuestos porque, joder, que caro sale esto de quererte.
Que pagarme una suite de lujo en tu pecho, nunca fue mi opción, que yo me conformaba con un colchón a la luz de las velas, mientras estuviéramos los dos.
Que no, joder, que no te enteras.
Que nunca me escuchas.
Que esta vez no hay regreso, que estas líneas están llenas de puntos y seguidos, apartes y finales.
Porque se acabó, hasta aquí llego yo. 
Te lo dirijo a ti. 
A ti, poeta, que prometiste hacerme tan eterna como Roma. 
Que me querías encerrar en un verso, aprisionarme en un cuaderno, que me querías dar la inmortalidad con un beso. 
Y al final, a mí, que siempre fui tan volcán, me terminaste convirtiendo en Pompeya.

Si buscas que te quieran...

Es de noche y leo Sabina, no hay excusa para no pensarte porque es de noche y leo Sabina. 
Justo al escribir esto ha empezado a sonar la primera canción que escuché cuando dijiste adiós, a media voz. Cuando decidiste huir, correr y salvarte de esta habitación sin salida que es mi vida. 
Sonreíste en un susurro casi inaudible a sabiendas de que yo ya entendía el idioma de tu risa, el que me habías enseñado entre besos, en cualquier parte o cualquier momento. 
Así tus labios sellaron tres o cuatro pactos con mi pecho: el de quererme, el de soñarme, el de no mentirme y el de tenerme. 
Pero te fuiste. 
Te fuiste como quien no deja atrás nada con importancia, como quien olvida y no se da media vuelta, no mira, sólo camina.
Es de noche, y leo Sabina, y aquí estoy recordándote. 
Entre besos y versos de Judas, entre caricias desnudas, entre recuerdos mojados de lágrimas y sueños despiertos. 
Es tiempo de rechazo, de dar la vuelta al calendario y escribir en cada mes lo mucho que te he echado de menos, para después lanzarlo al fuego, de vuelta a tu infierno. 
El infierno que nos vio nacer y morir en un mismo vaivén de roce con sabor a despedida.
Es de noche y voy a arrancarme con fuerza y coraje las flechas fallidas de Cupido que no consiguieron dar en el punto de mira de un corazón roto. 
Voy a beberme los ecos de tu voz para después vomitarlos sobre todas las canciones que me recuerdan a ti. 
Voy a irme de aquí con lo puesto y sin tu ropa. 
Te regalo mi silencio lleno de ruido. 
Te deseo, con toda mi pena, alguien que te quiera. 
Te deseo, a todo mi pesar, alguien que no te deje pasar. 
Te deseo, con todo mi lamento, que consigas hacerme recuerdo. 
Te lo digo, sin malas intenciones, porque ya te dije que si buscas que te quieran, aléjate de mí.

Cosas que suenan a pasado.

Mi mayor duda sigues siendo tú. 
Y eso no lo cambia ni el tiempo que marcan nuestros relojes parados, silenciados por la daga de plata que apuñaló tu espalda, ni la distancia entre nuestros pechos.
Dicen que los kilómetros separan cuerpos, no corazones. Pero desde que no siento tus latidos, mi corazón se ha atenuado y no encuentra el eco de tu voz por ningún lado.
He intentando sanar las heridas que me hice entre las manos al intentar aferrarme a tus aristas cuando tu huida quería ser el huracán que se llevara mi vida por delante.
No fue fácil aprender a mirar al lado izquierdo y saber que tú ya no ibas de mi mano.
No lo fue, claro que no lo fue.
Aún te sigo buscando entre la gente, aún sigo con la fe ciega de volver a verte sentando al final del pasillo en un autobús que no lleve a ninguna parte. 
Y perdernos. Perdernos dejando atrás todas las dudas que me atormentaron el pecho cuando tú pedías sí y yo sólo sabía pronunciar no. 
Ha llegado noviembre, ha llegado otra vez con su lluvia, con su viento de melancolía, con sus ganas de pasar hojas caídas que también cuentan historias. 
El otoño es la estación que más letras lleva escritas. Y eso es porque todas las idas y venidas que me marcaron con cicatristes el cuerpo, estuvieron acompañadas de la llovizna que calaba, del frío que casi quemaba. 
Hoy me persiguen los fantasmas, llaman a la ventana cuando intento despertar de este sueño perpetúo en el que me sumí cuando te vi caminar de espaldas a mi vida, cuando me dejaste entre un bombardeo de preguntas que no sabía responder.
Hoy es un buen día. Un buen día para llenarme los labios de arrepentimiento, para que el café sepa el doble de amargo, para mancharme la piel de tinta mientras te recuerdo y abro la puerta a mil criaturas extrañas que siguen llevando tu aroma. 
Hoy no tengo más palabras, no tengo más palabras para describir qué es lo que me ha llevado a estar donde estoy en este momento. Pero Marwan habla de abrir la puerta al amor y dejar la cadena echada. 
Perdón por refugiar mi miedo entre mentiras, por esconderme haciéndome la valiente cuando realmente soy una cobarde y aún me arden las caricias que no te di por temor a que me calaran, por temor a pasar del poder a querer quedarme. 

Por si vuelves.

Hace tiempo que no le dedico ninguna de mis letras a aquel chico de mirada color otoño que vestía mi vida de primavera. 
Recuerdo  el vuelco que el pecho me dio la primera vez que le vi sonreír, la primera vez que le escuché pronunciar su nombre y sabía que esas palabras me las dirigía a mí. 
Era un día nublado de finales de abril cuando le conocí.
Yo no estaba en mis mejores circunstancias o quizá era el mejor momento para que él apareciera en mi vida. Al fin y al cabo, qué voy a saber yo que siempre tengo tantas dudas.
La cosa es que por aquel tiempo me sentía en una balanza entre lo que hacía y lo que debía hacer, como si una responsabilidad enorme e injustificada llevase invernando sobre mis hombros demasiado tiempo. 
Lo cierto es que, justo antes de conocerle, yo había abierto las manos para dejar salir volando a un pájaro y había cortado las cuerdas de cualquier títere que se ató a mi cuerpo sin consentimiento. 
Desde el primer momento en el que le vi encontré, en esas pecas que adornaban su cara, todos los puntos y seguidos que quería escribir en mis siguientes versos. 
Recuerdo que en algún momento cogí su mano para escribirle palabras sin tinta que significasen el principio de una historia. Siéndote sincera, papel, nunca tuve muy claro si le volvería a ver, pero parece que un apenas roce de mi boca, bastante lejos de sus labios, fue suficiente para sellar un pacto que significase volvernos a encontrar en cualquier otro lugar. 
Y no sé qué ocurrió en aquel viaje, ni aquel día, en aquel corto trayecto, pero he de decir que nunca volví a ser lo que fui.
Quizá fueron las chispas que coronaron nuestro ambiente, y digo nuestro porque por un momento, pese a que no le conocía, sentí que ese pronombre danzaba en el aire junto a tres mil quinientos fuegos artificiales.
Lo único que sé que es que tras volver a casa aquel día, tras dormir y despertar, supe que no volvería a regresar, a ser lo que era. ¿Cómo lo supe? A eso nunca he sabido encontrarle respuesta. Sólo sé que lo sabía, que lo noté en mí, en mi reflejo, en las noches y en los días.
No sé describiros con palabras todo lo que aprendí durante aquel trayecto plagado de rosales que me hicieron sangrar, pero nunca renunciar. También estuvo lleno de rayos de sol que nunca llegaron a herir, sólo a hacerme sentir. Era como vivir en una perpetúa contradicción conmigo misma y mi alrededor. Pero mientras caminaba o bailaba (aún no lo tengo muy claro) me sentí volar sin alas.
En muchas ocasiones tuve el coraje de razonar y preguntarme por qué, por qué iba de la mano de alguien que no conocía, porque me había atrevido a bailar con un enmascarado en un baile de máscaras en lugar de hacerlo con quien llevaba la cara al descubierto. Juro que me torturé cada noche, justo antes del amanecer, con mil porqués, pero entonces, en mi mente aparecía su voz y sonaba nuestra canción. En ese momento yo me preguntaba… ¿por qué no?
Estar a su lado era la antítesis del vacío, era sentirme por primera vez habitada y no sola en casa.
Después de que decidiéramos partir por lados contrarios en esta encrucijada que es la vida, decidió aparecer en más ocasiones de las requeridas. Su cuerpo no estaba presente pero cuando ya había creído olvidar cualquier sentimiento, volvía su recuerdo creando desconcierto, haciendo saltar las alarmas y abriendo salidas de emergencias que me llevan de regreso a la entrada. Y a veces, cuando cae la noche y estoy tumbada en la cama me pregunto por qué vuelve.
Entonces me doy cuenta de que besarle era como navegar hacia un mundo sin dudas y salvarme del naufragio. Y esa es una de esas pocas ocasiones en las que lo entiendo todo y se me coge un nudo en la garganta, mientras me atormenta saber que nunca tuve claro ningún te quiero.
Tengo que confesarte, ángel que cayó en mi pecho, que desde que no estás se me está volviendo a congelar este corazón remendado con cristales rotos de espejos que vieron nuestro reflejo, juntos. Que no encuentro solución a todos los “¿Y si…?” que inundan mi cabeza, que no encuentro silencio para todo este ruido.
Después de un tiempo comprendí que era cierto, que tú eras fuego.
Eras como el fuego cálido que nos arropa en invierno, ese que desprende la chimenea en un momento perfecto.
Eras como el leve fuego que irradia el sol y nos baña la piel en una mañana de primavera.
Eras como ese fuego que se crea entre dos cuerpos cuando las almas se funden en un abrazo que se cree eterno.
Eras precioso, precioso como el fuego mismo.
Pero a veces, parece que olvidamos, que detrás de tanta belleza se esconde el peligro.
Que tras el crepitar de las llamas, se esconde la devastación.
Porque el fuego es tan bello como destructivo, como dañino.
Y sí, que era cierto, que tú eras fuego.


Y que sí, que ahora lo sé, que yo me quemé. 

Y yo me quemé.

Hace tiempo que no le dedico ninguna de mis letras a aquel chico de mirada color otoño que vestía mi vida de primavera. 
Recuerdo  el vuelco que el pecho me dio la primera vez que le vi sonreír, la primera vez que le escuché pronunciar su nombre y sabía que esas palabras me las dirigía a mí. 
Era un día nublado de finales de abril cuando le conocí.
Yo no estaba en mis mejores circunstancias o quizá era el mejor momento para que él apareciera en mi vida. Al fin y al cabo, qué voy a saber yo que siempre tengo tantas dudas.
La cosa es que por aquel tiempo me sentía en una balanza entre lo que hacía y lo que debía hacer, como si una responsabilidad enorme e injustificada llevase invernando sobre mis hombros demasiado tiempo. 
Lo cierto es que, justo antes de conocerle, yo había abierto las manos para dejar salir volando a un pájaro y había cortado las cuerdas de cualquier títere que se ató a mi cuerpo sin consentimiento. 
Desde el primer momento en el que le vi encontré, en esas pecas que adornaban su cara, todos los puntos y seguidos que quería escribir en mis siguientes versos. 
Recuerdo que en algún momento cogí su mano para escribirle palabras sin tinta que significasen el principio de una historia. Siéndote sincera, papel, nunca tuve muy claro si le volvería a ver, pero parece que un apenas roce de mi boca, bastante lejos de sus labios, fue suficiente para sellar un pacto que significase volvernos a encontrar en cualquier otro lugar. 
Y no sé qué ocurrió en aquel viaje, ni aquel día, en aquel corto trayecto, pero he de decir que nunca volví a ser lo que fui.
Quizá fueron las chispas que coronaron nuestro ambiente, y digo nuestro porque por un momento, pese a que no le conocía, sentí que ese pronombre danzaba en el aire junto a tres mil quinientos fuegos artificiales.
Lo único que sé que es que tras volver a casa aquel día, tras dormir y despertar, supe que no volvería a regresar, a ser lo que era. ¿Cómo lo supe? A eso nunca he sabido encontrarle respuesta. Sólo sé que lo sabía, que lo noté en mí, en mi reflejo, en las noches y en los días.
No sé describiros con palabras todo lo que aprendí durante aquel trayecto plagado de rosales que me hicieron sangrar, pero nunca renunciar. También estuvo lleno de rayos de sol que nunca llegaron a herir, sólo a hacerme sentir. Era como vivir en una perpetúa contradicción conmigo misma y mi alrededor. Pero mientras caminaba o bailaba (aún no lo tengo muy claro) me sentí volar sin alas.
En muchas ocasiones tuve el coraje de razonar y preguntarme por qué, por qué iba de la mano de alguien que no conocía, porque me había atrevido a bailar con un enmascarado en un baile de máscaras en lugar de hacerlo con quien llevaba la cara al descubierto. Juro que me torturé cada noche, justo antes del amanecer, con mil porqués, pero entonces, en mi mente aparecía su voz y sonaba nuestra canción. En ese momento yo me preguntaba… ¿por qué no?
Estar a su lado era la antítesis del vacío, era sentirme por primera vez habitada y no sola en casa.
Después de que decidiéramos partir por lados contrarios en esta encrucijada que es la vida, decidió aparecer en más ocasiones de las requeridas. Su cuerpo no estaba presente pero cuando ya había creído olvidar cualquier sentimiento, volvía su recuerdo creando desconcierto, haciendo saltar las alarmas y abriendo salidas de emergencias que me llevan de regreso a la entrada. Y a veces, cuando cae la noche y estoy tumbada en la cama me pregunto por qué vuelve.
Entonces me doy cuenta de que besarle era como navegar hacia un mundo sin dudas y salvarme del naufragio. Y esa es una de esas pocas ocasiones en las que lo entiendo todo y se me coge un nudo en la garganta, mientras me atormenta saber que nunca tuve claro ningún te quiero.
Tengo que confesarte, ángel que cayó en mi pecho, que desde que no estás se me está volviendo a congelar este corazón remendado con cristales rotos de espejos que vieron nuestro reflejo, juntos. Que no encuentro solución a todos los “¿Y si…?” que inundan mi cabeza, que no encuentro silencio para todo este ruido.
Después de un tiempo comprendí que era cierto, que tú eras fuego.
Eras como el fuego cálido que nos arropa en invierno, ese que desprende la chimenea en un momento perfecto.
Eras como el leve fuego que irradia el sol y nos baña la piel en una mañana de primavera.
Eras como ese fuego que se crea entre dos cuerpos cuando las almas se funden en un abrazo que se cree eterno.
Eras precioso, precioso como el fuego mismo.
Pero a veces, parece que olvidamos, que detrás de tanta belleza se esconde el peligro.
Que tras el crepitar de las llamas, se esconde la devastación.
Porque el fuego es tan bello como destructivo, como dañino.
Y sí, que era cierto, que tú eras fuego.


Y que sí, que ahora lo sé, que yo me quemé. 

Otoño.

Esta noche enfundo la pluma no para contar historias sino para descoserme las heridas y que así no queden cicatrices. 
Marcas que me recuerdan todo lo que pude ser o hacer y no fui ni hice. 
Esta es la forma que tengo de recordarme a mí misma que un día fui tan tonta o tan lista para herirme la piel con balas que no son balas sino besos. 
Besos que calan hasta los huesos. 
Fruto del roce de esas personas que sólo aparecen para dejarte claro que hay que aprender sufriendo. 
Me paso este desastre de vida pisándole los pies a la palabra melancolía mientras bailamos canciones que suenan a despedida. 
Y no paran de sonar al ritmo de mi corazón que suena como un reloj que se rompe en mil trozos. 
No dejo de arrancar hojas al calendario en un intento fallido de engañar al tiempo. 
Salto de precipicio en precipicio, o de mirada en mirada, en busca de un hueco al que llamar hogar. Un pecho en el que quedarme a descansar todo el otoño que viene.
Porque ahora es cuando llega el tiempo en el que las cosas mueren. 
Cuando los árboles se desnudan y los corazones se ponen la coraza para protegerse del frío y que así no se vuelvan a congelar. 
Están llegando unas fechas que anuncian que el verano ha terminado y que con él van a quedar enterrados otro puñados de recuerdos.
Porque hay vidas que sólo viven cuando son bañadas por el sol. 
Y con vidas me refiero a amores, me refiero a relaciones, me refiero a sueños, a ilusiones. 
Ahora es cuando toca mirarse al espejo, y decirle a tu reflejo: "por cada muerte, resucitaré más fuerte."

Si vuelves a mi vida.

Otra vez ha vuelto a llamar a mi ventana, de madrugada, este fantasma tan conocido llamado vacío. 
Ha llegado sin ser nombrado, calmando cualquier posible inicio de sentimiento o tormenta.
Ha vuelto como vuelven las estaciones, por inercia, como si realmente estuviese el camino destinado a acabar en ti. En ti, en nada, en inmensidad.
Como si la única manera realmente fuera esa, como si el lugar de retorno siempre fuese un pecho hueco, sin sentido ni latido.
Y contigo, con tu regreso, viene de la mano la ignorancia.
La parsimonia de dar cualquier nuevo paso.
Es como si el viento siempre soplase en dirección contraria y yo ya no fuese capaz de luchar contracorriente. 
Como si me faltaran las ganas y las fuerzas de intentarlo una última vez, y me dejase arrastrar por el cauce de un río que no desemboca en ninguna boca.
Soy mi propio destinatario y remitente, y pienso que nunca voy a poder a leerme. 
Por eso escribo.
Por eso me escribo mil cartas.
Para no leerlas nunca.
Para dejar todo esto atrás.
Para llenar el baúl de este vacío, y vaciar la mochila para llenarla de algo, y que ese algo sean sólo mis propias ruinas. 
Si vuelves a mi vida, no puedo asegurarte una habitación de lujo, no puedo asegurarte un trayecto calmado, ni que vaya a ir de tu mano. 
No puedes esperar que te reciba con los brazos abiertos, ni con chocolate caliente en invierno. 
Si vuelves a mi vida, tal vez, no te quiera ni pueda quererte. 
Si vuelves a mi vida, tal vez, no halles salida. 
Pero te diré que en la puerta del fondo a la izquierda hay un botiquín de urgencias en caso de heridas, prometo dejarte hilos de alambre para los puntos de sutura o locura,

Pequeño homenaje a Luis Cernuda.


"Allá, allá lejos; 
donde habite el olvido." Voy.
Vengo.
Busco.
Veo. 
Y te recuerdo. 
Es una historia que se repite cuando llega agosto clavando su ala de acero en mi pecho. 
Me pierdo. 
Por supuesto que me pierdo. 
Porque eso es lo que queda cuando sé que no te tengo pese a que nunca he querido que te cobijaras entre mis dedos. 
A suertes, a suertes me jugué todo esto de quererte. Las nubes formaron las letras de tu nombre y no hice más que perderme en el laberinto de tu pelo, a lo lejos. 
Porque tú fuiste el poeta muerto que dejó marcas de tinta en mi vida. 
Y, ¿qué es mi vida, si no eres tú?
Naufragamos mientras recorríamos las líneas de nuestras manos en aquel mar que traga adolescentes rebeldes, olvidando los límites impuestos con el paso del tiempo. 
Porque yo, en mi fe incierta de buscar la forma que tenía el amor me topé contigo mientras sonaba aquella que hicimos nuestra canción. Me estaba consumiendo con cada golpe de pedal y reviviendo en cada acorde de guitarra hasta que sonó aquella voz tan rota para hacerme abrir los ojos y recordar que el cielo está allá, allá a lo lejos. 
Me detuve en la milésima de segundo en el que decides no volver a detenerte, porque volver no piensas. 
Y sí, hoy es el día idóneo para pensar en ti. Por eso pienso. Porque lo siento.
Y es que, que ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se alejan aun cuando se aman. 
Porque te quiero, porque me recuerdas a lo que fui, a la ruina que hoy soy, porque tienes los mismos ojos que la palabra Soledad en una noche de Luna Nueva. 
Porque te quiero, porque te lo dije en verano, otoño, invierno y primavera. 
Y porque sólo te lo digo antes de decir adiós. 
Porque allá, allá lejos, donde habite el olvido, allí estaré contigo.

Bailes.

A veces el tiempo es el mejor bailarín de este baile enmascarado que llaman mundo. 
Un mundo repleto de vidas, de obras de las que yo, a veces, no me siento protagonista.
Pero bailo, bailo y río, río y bailo. Voy danzando de mano en mano.
Hasta que me topo de bruces con él. Con el tiempo.
Tiempo que no perdona, que daña, que abandona, que aprisiona, que mete prisa.
Me pierdo en sus ojos color nostalgia para abandonarme a los momentos que forman parte de mi carga por decir "mañana será otro día", tiempo, tiempo que acorta vidas.
Le miro la boca, tiene unos labios que me miran, que me miran como si el "mañana será otro día" fuese una manera de decir "haz hoy aquello que si hicieses mañana te arrepentirías." 
Y yo le miro, le miro las mejillas y me doy cuenta de que el tiempo también las tiene manchadas de agua con sal. 
Y le miro la nariz, y me viene olor a pasado. Olor a luces, a fuegos artificiales, a café del día anterior, a arena, a manos que se entrelazan, a sonrisas que se apagan, a carcajadas que estallan. 
Y yo vuelvo a bailar, reír, reír y bailar.
La música cesa, los invitados se han ido. Dejo de bailar, dejo de reír. 
Comienzo a pensar. Y me doy cuenta de que el Tiempo se quita la máscara, que me invita a bailar con el tic tac de mil relojes rotos. Me doy cuenta de que si cierro los ojos puedo entender su lenguaje. Dice algo como: 
"Haz hoy todo aquello que mañana no podrás hacer por las prisas, por falta de risa, por pérdida de ganas, por peticiones de otras sonrisas. Haz hoy todo lo que mañana lamentarías, porque cobra importancia. Y la importancia deja heridas, que son cicatrices, y las cicatrices forman el atrezo de los cuerpos que actúan en este teatro que es la vida." 
Y ahora sé que quien comienza a bailar puede salir herido, pero que en el baile se ríe, se llora, se vive. Y que, por eso, bailar, siempre merece la pena. 
Así que, ¿me concedes este baile?

Quiéreme.

Yo nunca quise esto. No quise que te sacrificaras por mí, que me dedicaras todo tu tiempo. 
No quise que soñaras conmigo dormido y despierto. No quise convertirme en tu tormento.
No quiero que finjas, quiero que me quieras sin cómo, sin cuándo, sin cuánto, sin porqué... sobre todo sin porqué. 
Quiéreme porque me quieres querer, porque quieres quererme querer.
Quiéreme porque no quieres dejar de quererme. 
Quiéreme como se quiere lo que no se sabe si se está perdiendo o ya se ha perdido.
Quiéreme siempre así: fiel, real, cercano, efímero, constante, espontáneo, rutinario...
Quiéreme como se quiere cuando no se abandona pero no se tiene. 
Hazlo como si mañana fuese hoy y como si el ayer siguiera en nuestros días.
Hazlo como si no quisieras irte, como si la huida no te llamara cada noche. 
Quiéreme como lo hiciste la primera vez, y la segunda, y la tercera. 
Quiéreme como dejaste de hacerlo la cuarta, la quinta, y la sexta.
Vuelve a quererme una séptima, que es la última vida que me queda y quiero pasarla queriéndote mientras me quieres, y te quiero, y nos queremos. Y así lo hacemos, queriendo.

Cuestón de suerte.

Hoy quiero hablar de la suerte. De la suerte, que tiene le mundo de tenerte, de la suerte que tiene el viento de acariciar tu piel, el sol de calentar tu cuerpo, el frío de hacerte estremecer.
Que suerte tiene el suelo de estar bajo tus pies, la Luna de contemplarte desde arriba. 
Que suerte tiene el agua de darte de beber, de rozar tus labios, de hidratar el cielo de tu boca, de deslizarse por el túnel perfecto que es tu garganta.
Que suerte tiene la lágrima derramada que cae desde tu mejilla para recorrer tu cuello, tu pecho y morir más allá de tu ombligo. 
Que suerte tiene el sueño de que puedas abrazarle mientras duermes.
Que suerte tiene el silencio de oír tu respiración, y la noche de que te pierdas en ella, los caminos de que sean tu recorrido, la tinta de rozar tus manos, de correrse en tus dedos, la cama de sujetar tu espalda. 
Y que suerte tengo yo de tenerte, de acariciarte, de calentarte, de estremecerte, de contemplarte, de beberte, de ser la que lame tu mejilla, tu cuello, tu pecho y  baja hasta más allá de tu ombligo. 
Que suerte tengo de derramarte, de soñarte mientras me sueñas, de acelerarte la respiración, de ser tu recorrido, de besarte hasta que se corra la tinta, de sujetarte. 
Que suerte tengo de perderte y de que tú te pierdas conmigo. 

Rendición.

"Escúchame y prometo dejarte en paz"
Fue como comenzó nuestra última conversación.
Era un día de esos que se pasan con un nudo en la garganta hecho de palabras atrapadas, de esos en los que tu mente no es capaz de procesar tanta información y tu vida parece ir a cámara lenta.
Nos habíamos visto demasiado tarde como para ser conscientes de que el tiempo se nos estaba agotando, como para darnos cuenta de como la arena se había escapado del reloj y ahora solo quedaba la tormenta.
Comencé a introducirme en el naufragio de 3000 besos perdidos y me di cuenta de que la rendición era una preciosa opción.
Me rendí a su recuerdo, al paso de los te quieros, me rendí ante nuestras calles, a su caminar, a la brisa que acariciaba su pelo.
Lo hice también a su cielo, su infierno, a su luna de cristal, a su recuerdo con sabor a sal.
Me rendí a la forma que tenía de ondear el cabello cuando me negaba que le gustara mi cuello, a la forma que tenía de morderse el labio y cerrar las puertas del manicomio, conmigo dentro, loca, loca de remate, jodidamente loca por sus huesos.
Me rendí ante su mano firme, cuando paseábamos por las orillas de ninguna playa, soñando con volar por el cielo de ninguna boca y agarrados del brazo. Echándonos de menos, sin salvavidas, en este mar de dudas.

Arte.

Me hablan de Madrid, me hablan de que el kilómetro cero empieza en la Puerta del Sol y yo siempre defiendo que lo hace en tu pecho. Cuando recuerdo tu voz empiezo a relatar nuestra historia, haciendo hincapié en todos y cada uno de los latidos que nos separan, que nos pierden. 
Y es que la mayoría de mis textos empiezan con este golpe de pecho, con este acelerón que mete mi pulso en esta carrera por el laberinto sin salida que es mi vida. La sensación de comezón que recorre las yemas de mis dedos, iniciando el descenso de los sentimiento hacia los versos. Y ahí voy, lo pienso, miento, no pienso, solo fluyo como la tinta por mi pluma. Me dejo, me abandono a la pasión del papel que arde como el hielo, me lanzo al infierno que comienzan a dibujar las letras de este baile enmascarado. 
Resuenan palabras de un tiempo que fue mejor, le echo recuerdos al fuego para que arda como lo hacen mis alas, calcinadas entre un sin fin de momentos que hoy se reducen a la nada. 
Espero, desde que te fuiste, por si algún día vuelves y no llevas llaves.
Llevo desde aquella madrugada con tu colonia guardada en mis muñecas como cuerdas que me atan a una realidad pasada. 
Llevo desde aquella madrugada con todas las dudas colgando de las pestañas, con sabor salado, influyendo en la puta Luna que hay en tu mirada, como marea que sube, como marea que baja, como pasado que inunda las cuatro patas de mi cama. 
Llevo desde aquella madrugada preguntándome por qué lo hiciste y por qué yo no dejo de hacerlo, por qué no dejo de girar esta ruleta rusa cargada de balas, que son sonrisas rotas. 
Llevo desde aquella noche echando a suertes esto de dejar de quererte y siempre sale cara cuando yo elijo cruz. Porque tú, precioso caos, eres la cruz de mi vida, el martirio que me provoca el insomnio. 
Las estaciones de tren están cansadas de oírme hablar de ti en cada parada cuando espero un billete en oferta con destino a tus brazos. ¡Sólo ida a tu pecho!, quiero gritar. 
Si tú quisieras, iría a buscarte.
Si tú quisieras, dejaría de odiarte, dejaría de odiarme, dejaría de odiarnos.
Si tú quisieras, me arrancaría este amor, este dolor del pecho, fingiría que volvemos a aquella tarde de abril en la que nos conocimos. 
Si tú quisieras, volvería a ser todo lo que he sido, volvería a aquel otoño y haría las mismas cosas pero del revés. Tropezaría otra vez. 
Si tú quisieras, podría parar todas y cada una de las guerras clavando bandera blanca en tu corazón.
Si tú me dejaras, emigraría hasta tu hombro y haría de tu cuello mi mejor asentamiento. 
Si tú pusieras a mi alcance cada sonido de tu reloj roto, yo me encargaría de clavar las manecillas en todos y cada uno de los recuerdos que hieren, que se clavan, que escuecen. 
Si fuera todo tan fácil como querer, si eso significara poder, te juro que yo podría vencer todos los monstruos que se interponen entre mí y allí. Te juro que sabría quemar cualquier mala hierba inmortal, te juro que si fuese cuestión de querer, sabría quererte. 
Te prometo hoy, hoy y siempre, que si fuese cuestión de saber, hacer, poder, y querer, yo aprendería a conjugar todos los bellos verbos acabados en "arte."